
Sobre este blog.
31 diciembre, 2008
23 diciembre, 2008
Crónicas. III

Sobre Navidad.
Diciembre, volvió a mí con un peso único, se ha venido encima, acompañada de muñecos de nieve, santa y sus veinte mil renos. Se han apresurado los días o talvez se debe a que el no hacer nada de fin de clases, me da la impresión de días veloces. Sea lo que sea, la navidad ha cambiado. Si bien es cierto, éste año mi navidad ha enfrentado un duro debate de origen, y mi creencia en Dios se ha opacado hasta desaparecer, he decido festejarla como culto a lo que puede hacer el consumismo y la buena publicidad.
Porque mientras que Coca cola, nos vende a sus ositos polares abrazándose y tomando gaseosa, y nos bombardean con esa falsa imagen de familia unida bajo el calor de la chimenea, rodeando el árbol lleno de luces y abrigados por el frío invernal, aquí en mi país sudaca, en pleno verano, tenemos que aguantar las costumbres americanas del chocolate caliente que nos hace sudar de bochorno y la nieve falsa, pues en mi Lima, no nieva. ¿Y debido a qué? A la buena publicidad.
Esta bien, debo reconocer que no es solo la publicidad, porque sería tonto tratar de engañar a mis pocos lectores, diciendo que mi concepción de navidad es sólo una festividad a la buena propaganda, sino es todo el ambiente en conjunto, la felicidad espontánea y sin sentido, la ligera ambición a los regalos, la cena, siempre abundante, el relajo, el feriado después de la noche buena. Todas éstas cosas me hacen sonreír el veinticuatro en la mañana y tarde.
Pero de alguna forma especial ha venido esta navidad sin tantos ánimos y afanes, ¿Será que las navidades son para los niños, cómo dicen las jugueterías? No sé explicar el porqué, pero lo único que puedo recordar como una alegre navidad es el levantarme muy temprano a desayunar, acompañado de Piero, ver televisión un rato y correr a la sala de piso alfombrado y jugar ahí a las “peleitas”, como solíamos llamarlas, mientras mi papá con paso no muy acelerado, va preparando el infaltable pavo navideño. ¿Será talvez qué en esta navidad, no sólo faltan mis primos y tíos, sino también mi hermano mayor y mi abuela? ¿Será qué el pavo recién fue comprado ayer y no con tantos días de anticipación como era antes? ¿Será qué mi boca olvidó aquel acido único del puré de manzana? ¿Será qué el champán no se ha dejado ver hasta ahora y mi cabeza no asimila la idea de que ya sea noche buena? ¿Será qué alguna clase de melancolía de término de colegio me embarga? ¿Será qué la idea de navidad se ha visto duramente perjudicada con mi decisión de fortalecer mi ateísmo?
15 diciembre, 2008
Crónicas. II

Y es que en tiempos de incertidumbre existencial adolescente, la poca gente a mi alrededor, comienza a crear razones para su vida o cosas por las que valgan la pena seguir viviendo y luchar. Y me veo atrapado, traicionado, por los que me inspiraron a seguir cuestionando contra el sinsentido. Y pues el tiempo parece haberse acelerado para ellos, con los que solía poder conversar a gusto y ahora, que llegué a aborrecer lo que tanto me obligaron a odiar, me veo en la mitad del camino, sin luz con que iluminarme, y con el orgullo suficiente, como para no poder volver pisando mis huellas.
Y me veo otra vez, perdido, como no esperaba verme nunca más. Extraviado entre el ir y el regresar. Y es que el tiempo juega malas pasadas cuando va a paso de empresario y notas el crecimiento a tu alrededor, más no en ti. Y no es que el ron de ésta noche, haya cambiado mi forma de pensar, o que me encuentre en ese cruce de sentimientos melancólicos post-alcoholisismo, ni que sea tan egoísta y que no sienta satisfacción por la felicidad ajena, es sólo que una vez más me siento completamente solo.
Hace unos días que terminé el colegio, y harto de tanta mierda estudiantil llegué a casa feliz y comentando que no volvería a tener que ponerme la camisa dentro del pantalón, ni tener que colgar mi uniforme el domingo en la noche. Fue entonces cuando encontré a mi abuelo gravemente enfermo, a mi hermana apunto de graduarse de la universidad, a un amigo que conozco desde que nací [Isaac] a pocos meses de ser padre, a Abril lista para viajar a Inglaterra y a Lucero a vísperas de matrimonio. Y noté que los siete años que me separan de mi hermano más próximo, se habían vuelto más largos que de costumbre, en no sé que instante. Noté que nuestras vidas eran muchísimo más diferentes de lo que parecían ser y que el tiempo había pasado precipitadamente, causando en mí esta sensación de edad provecta que sólo a veces llega con estremecedores aires.
19 noviembre, 2008
Sobre Miraflores...
Por donde empezar dijo Gabriel, lanzando una nueva bocanada de humo-lucky e imaginando un capitulo cualquiera de Los años maravillosos.
Recordaré el ovalo primero, grande, lleno de gente de todo tipo. Pasaré junto a la municipalidad, por aquella calleja de gatos, cruzaré Larco y seguiré hasta alcanfores, donde algún día viviré. Luego sentiré la hermosa brisa humedecida como siempre, las hojas secas en la pista y vereda, el suave aroma a cannabis y continuaré caminando. Pasaré por mi cafetería de siempre, pintada de naranja con tonalidad de rock setentero. Con el sabor del café americano en la boca, podré sentarme y pensar en mi colección de plumas cuculí que tanto me gustaba/en mi sui géneris a todo volumen/en los golpes de mi hermano mayor y los consejos de mi otro hermano/en mi pepegrillo/en mis cuarenta y siete hamsteres/los cuentos de Abril/en las poco entonadas canciones de mi mamá/los cien años de soledad que mi hermana me contó/las tiradas de pera/mi Monoliso/mis GiJoes medio rotos/la colección de carritos de mi tio.
Pasaré entre los trilces recuerdos de mi abuelo materno, seguiré con mi primer cigarro, y con el comienzo de mi adolescencia poco tardía. Los scouts que tanto me enseñaron/las conversaciones con Andrea en el parque mientras se hacían montañas de ceniza por doquier/mis continuas visitas al San Francisco/mis pallmall rojos/mis noches de caminata solitaria/mi huaca pucllana/la llovizna tan típica que me gustaba pensar que era parisina/mi ambiente rebuscadamente bohemio/el Silvio Rodríguez que aprendí a escuchar/mis quince navidades/mis dieciséis cumpleaños/mi primer y espantoso noviazgo/el gato meón que visitaba volublemente mi techo/la compra de cigarros en el Repshop en la madrugada/mi guaraná sin gas.
Llegaré finalmente al último cigarro que consumí en mi casa de miraflores, desde la ventana, como solía hacer de noche. Junto a Piero, que prometió dejar de fumar terminando la mudanza, cuando el sol apenas pensaba en ocultarse y nos rodeaba aquella pesadez única que sigue al almuerzo. En el comedor de la casa, donde curiosamente fumé por primera vez años antes.
29 octubre, 2008
Septiembre semiseco...
Ahora, como otros de esos días he recordado poco su mirada juguetona, pero para recordar por completo su semblante adorable, dejo digresar los pensamientos lentamente, acabo lo poco de vino semiseco que queda en mi copa cuasi vacía, que junto a la otra, sobre mi mesa, se crea una esperanzadora y falsa imagen de que no estoy solo.
Fumaba lento un cigarro semitriste, semiseco como el vino, cuando escasos rayos de luz, buscando cobijo e ignorando mis persianas se asomaron por mi ventana, iluminando mi cama vacía, por puras ganas de fastidiarme creo yo. Adormilado por el humo y por el poco alcohol traté de encontrar en recuerdos algo que me intente robar una sonrisa. Noté con una de esas medio fraudulentas miradas que el calendario estaba en noveno mes, y rechacé la posibilidad de encontrar en estos días un recuerdo que me devuelva las ganas de respirar.
Los días felices han de haber partido con el comenzar de éste, el mes obscurecido. Con cansancio único de delincuente, que harto de escapar se entrega, y con voluntad única de encarcelado, es cuando puedo asentir que Silvio tenía razón al decir que ya se ha vuelto puta la fortuna.
25 agosto, 2008
Crónicas. I

Marco hitos por costumbre a lo largo de todo lo que me ocurre, pero hoy, no muere ninguna otra parte de mí, no se queda en ninguna otra pequeña zanja, que mi cabeza confundida crea esperando dejar atrás el problema, hoy no dejo caer retazos de lo que pude ser, por todos lados. Hoy, como nunca he hecho, me dispongo a no dejarme perder entre los espejismos de sentenciado, y enfrentando la corriente de lo frecuente, pretendo leer mis memorias más recordables y recuperar lo poco que puedo de mí, dejando para siempre los arquetipos que intenté adaptar.
Hoy realmente me gusta lo que veo en sus ojos, que me miran con mayor luminosidad, cuando la beso y cuando me dejo perder en ella. Hoy descanso la mirada, que acompañada de una sonrisa infantil, buscan ansiosas encontrar el vaso medio lleno a todo, mientras que el pecho me golpea con fuerza, pero ahora sólo por amor. Hoy la psicóloga me sonrió un poco más de lo normal e inclinando la cabeza ligeramente hacia la izquierda, me dijo que la terapia estaba siendo bien llevada.
01 agosto, 2008
El terror y la rosa...

La sed asesinaba al engendro, que aceleraba la respiración, queriendo encontrar algo de vida que arrancar sin piedad, entre sus interminables grietas de sombra, sobre la acera.
Con tierra en las uñas, y con colmillos amarillos, cerraba un poco los ojos sombríos carentes de aquel brillo único de luna, mientras su penetrante gruñido se extendía sin terminar por toda la ciudad, que en llovizna de fuego se calcinaba como sólo sabe hacerlo un hombre expuesto al terror, en estos, sus años de mayor poderío.
Trozos de edificios en escombros, gigantescas pilas de destrucción y charcos de sangre sin fondo, el aire se iba bañando con aquel, el olor de sangre al oxidarse, el aroma del infinito frenesí, perfume de asesinos y de salvajes terrores. La bestia se extendía por toda la ciudad en llamas, hasta un pequeño rincón de una habitación a medio destruir, en una delgada grieta en el suelo, de donde brotaba una pequeña rosa, que por defenderse de la salvaje bestia, nació con espinas. Y con ésta, nació toda una larga y nueva historia.
- Las espinas no sirven para nada. Son pura maldad de las flores.
20 julio, 2008
El verdugo de París
El sibilino ha de llegar a perfumar Francia de terror,
ha de bañarla de sangre también.
Francia, 1793
Los días no hacen más que pasar sigilosos, entre cuchicheos y chismes vecinales, entre la brisa que últimamente parece oler a sangre. Las calles angostas y mojadas por la lluvia, ocultaban el más profundo de los terrores, que por no dejarse ver, caminaba con unas telas sobre el rostro, dejando mostrar lo suficiente como para caminar sin caerse, con paso acelerado, pero sin causar alboroto, se adentraba hasta el corazón de París, donde la bruma roja cubría la parte baja de las puertas y donde las paredes y ventanas lo oían absolutamente todo.
Las herraduras golpeaban el suelo de la ciudad, los caballos aceleraban el paso mientras que en el interior de la carreta un viajero buscaba refugio en el terror. La carreta paró cerca de la plaza, donde bajó un corpulento hombre, que inmediatamente se dirigió a la taberna.
- Un whisky por favor – pidió con educación, acercándose a la barra.
- Aquí tiene su whisky buen hombre. – Le dijo el tabernero poniendo un vaso chato sobre la mesa.
El hombre venía de Besançon, era un típico forastero, con una pequeña bolsa con monedas bien guardadas y un par de botas que daban a entender que habían huido largo tiempo.
- ¿Qué trae a un hombre como usted a Paris, mi buen señor?
Preguntó el tabernero esperando respuesta, pero ésta nunca llegó, el vaso golpeó la barra cuando ya estaba vacío, el extranjero pidió otro whisky, pero esta vez olvidando sus modales, como si la pregunta le hubiera ofendido o le hubiera hecho recordar algo realmente desagradable.
Aquella noche una agitadora lluvia bañó París por completo, el silencio sepulcral gobernaba entre las calles angostas y oscuras, mientras que el hombre de Besançon salía de la taberna después de haber posiblemente ahogado las penas, las penas de un hombre secreto que sólo calla sin remordimiento. Caminaba a medio tambalear, pero con paso acelerado y sin causar ningún tipo de lamentable espectáculo, con el mismo ritmo con el que avanza el terror sobre ésta sufrida ciudad últimamente. Distintas son las causas por las que un hombre se muda a París hoy en día, podría ser la necesidad, posiblemente el esconderse de algo, pero si se mudaba por estar en busca de futuro, de seguro no encontraría más que ajetreos y conflictos políticos. Hoy cuando se discute la definición de “República” y cuando son pronunciados a diario los derechos del hombre en la plaza central, uno puede verse atado a muchos problemas o ganarse numerosos enemigos con tan solo decir un par de palabras.
El día empezó con una gran y nueva noticia, “La república sólo puede nacer con la muerte de un rey” es lo que se oye por todos los rincones de la capital. Girondinos vociferan alocados, anunciando el principio del fin. Monarcas extranjeros mandan cartas haciendo mención a los derechos del hombre de los que tanto hemos hablado, y nos tratan de inconsecuentes al hablar de la pena de muerte. La palabra “revolución”, agotada de tanto uso, se deja de lado y se cambia a “república”. En el amigo del pueblo acusaba a los moderados de conspirar contra el futuro de Francia. Los conflictos con Austria y la incertidumbre interna desmiembran por completo al país.
Las banderas tricolores bailaban al ritmo del viento en la plaza, mientras el incorruptible hablaba con fuerza y voluntad. El sibilino extranjero entre la muchedumbre escuchaba, pero a diferencia del resto, no demostraba ningún gesto de sorpresa, al contrario, parecía saber exactamente las palabras que el jacobino diría, una tras otra, todas eran esperadas por el furtivo hombre.
Le ató las manos a la espalda, con fuerza y algo de brutalidad, como si de degollar a un animal se tratase, le sujetó el cabello con la mano izquierda y con la derecha lo cortó, con un afilado cuchillo que le desgarró el cuero de la cabeza. Le desamarró la soga que le mantenía la boca cerrada, para burlarse de sus lamentos y gritos, pasado un momento, desajustó un poco el nudo que le ataba las manos, como para que se desespere tratando de soltarse, como para antojarlo con el sabor de la salvación que nunca verá.
- El patíbulo le espera monsieur.
Escuchó sus gemidos y cuando trató de sacar sus regordetas muñecas del nudo, se burló aun más del antiguo monarca, lo puso de pie de una patada y lo subió a su carruaje cerrado, como último privilegio. Llegando al patíbulo, dejó que todos los hombres lo vean e insulten a su antojo, le hizo subir las gradas y mandó el toque de tambores, que silenció la última voluntad del que están a punto de ejecutar. La madera rodeó su cuello, ahorcándolo tan solo un poco, el verdugo quien tanto disfrutaba esto, llegó al máximo placer al soltar la soga que ataba la pesada cuchilla. La canasta se vio satisfecha de sangre segundos después, y los hombres gritaron enloquecidos por el espectáculo. Pedían más cabezas.
07 julio, 2008
Cuando yo muera te recordaré
Cuando el silencio eterno, en mí sea.
Cuando mi cara este pálida y fría,
pero sin olvidar que te quería.
Cuando el día sea oscuro.
Cuando no se escuche murmuro.
Recordaré tu rostro con melancolía,
pero sin olvidar que te quería.
Recordaré los días de guerra
de muerte, tortura y pena
también mi sangre, mi dolor y sufrimiento,
mis heridas, asesinatos y último aliento.
Cuando yo muera
Y la tarde sea oscura y fea.
Te recordaré con melancolía,
en mis minutos de agonía.
Recordaré cuando te fuiste
o quizá de la muerte huiste,
de la temible y aterradora muerte;
huiste sin saber que la felicidad podía darte.
Yo, que luché por ti tanto
Y ahora no estás aquí... ¡qué espanto!
Recordaré los tiempos felices,
pero que ahora sólo son cicatrices.
Recordaré tu ausencia y vendrá el dolor
y cuando muera sin verte, este será mayor.
Recordaré cuando tú eras mía
y ahora tan sólo eres poesía.
Recordaré tu sonrisa,
pero la muerte llegará, y la olvidaré de prisa.
Llegará destrozando y rompiendo todo,
dejándome muerto y solo.
05 julio, 2008
Cenicero lleno y copa vacía...
Él, sentado en la silla de madera, en la que suele balancearse pausadamente, mientras cavila con silencio absoluto, como lo hacen únicamente los búhos, respiraba tranquilo y con la mano de escribir arrojaba madera a la chimenea.
Una mesa de madera maciza y ancha, poco artística posiblemente, con unos papeles encima, y cerca, al final de la gruesa tabla que reposa sobre las cuatro patas, un par de libros cerrados, una vela a medio apagarse y un papel doblado, como una almohada, que contenía hojas de tabaco listas para embutirse a la pipa del mismo material de la mesa. Sobre ésta también había cuadros repujados, unos pocos, con fotos de él acompañado de un amor, de uno de esos que siempre son el último amargor del café, uno de esos que es recordado en la última bocanada de humo, de ese humo luctuoso que últimamente parece ser tan abundante como la llovizna miraflorina.
Se dispuso a servir algo para tomar, pasado ya un rato de estar junto a la chimenea alimentando fuegos, - ¡Carajo! – dijo con fuerza al darse cuenta que no había café para pasar, sólo había uno de esos instantáneos, que se suelen comprar por pura rutina, así que prefirió un trago antes que eso, sacó de entre las botellas, una de las más antiguas, y se sirvió en un pequeño vaso. Era vino seco. Lo odiaba. En el fondo pensaba que derepente el sabor del vino seco no le traería recuerdos de besos mustios.
En su cabeza deambulaba la última palabra que había dicho, parecía rebotar contra las paredes, - ¡Carajo! – una y otra vez, hacía horas que su boca permanecía en silencio, se había acostumbrado a escuchar solamente el sonido que hace el fuego al quemar la madera y el vaso vacío al golpear contra la mesa.
Bebiendo al paso de sus latidos, el recuerdo volvió, como si el vino lo llevase a ella. Ni pensaba en salir a caminar otra vez por las calles, y toparse con sus pasos solitarios uno detrás de otro, haciéndole acordar que va otra noche más que camina solo, y luego bañarse con la garúa típica de noviembre al anochecer, y ver sus fotos al cerrar los ojos que eran vencidos por el sueño, las fotos de ella sonriendo junto a él, o las que él tomaba mientras ella dormía al costado suyo.
Otra vez se sentaba a sólo recordarla, refundiéndose de noche, en lo más profundo de lo que intentaba ocultar en el día, cuando de la sonrisa de la mañana no queda ni sombra y cuando no hay compañeros de café ni de vino junto a él, cuando no hay nadie quien escuche su llanto, ni quien sienta sus desesperados suspiros. Otra vez una de esas noches funestas, en las que recordaba que realmente la había amado y que ya todo había pasado también, a tal velocidad que parecía recién percatarse. Con el cenicero realmente lleno y con su copa totalmente vacía se dejó vencer por la inclinación de la silla y cayó hacia atrás sumiéndose en su dolor cuasi físico.
02 julio, 2008
La muerte de un reloj...
Kafca, seguramente nos diría que el tiempo no es más que una herramienta del hombre para complicarlo todo y enjaularnos. Kant por su lado, nos podría decir que es una de las unidades básicas para la percepción humana, ya que toda sensación se ubica dentro de un espacio y tiempo. Pero según Daniel F. que es la percepción que tomé, el tiempo no es más que una luz que intenta ocultarse en la sombra del viento burlón, que se besa o que se va de cabeza. Posiblemente si Daniel F fuera un reloj seria imposible que nos pueda mostrar su percepción del tiempo, sólo con un par de agujas, pero de todos modos tratando de entender su idea, y sabiendo ya como es de compleja la vida de un reloj, quise narrar aquí la muerte de uno.
Hay pasillos, como los de los hospitales que a menudo se hacen esperar segundos inmortales y convulsionantes. Hay pasillos sombríos como dignos de ser parte y de conducir a una gran habitación de un viejo palacio del medioevo.
Los pasillos comenzaron a llenarse de una bruma invisible y espesa, que sin querer cubrió los interruptores de luz y con su frío aliento besó al reloj, que desde el centro del pasillo sonaba con un eco casi tan infinito, como el largo del pasadizo profundo, marcando las doce menos un cuarto, el segundero que latía como un convaleciente corazón apunto de estallar en cuatro diferentes miembros.
Entonces la neblina espesa como una nata bañada de obscuridad comenzó a ceder ante una fuerza mayor desde el fondo del pasillo, algo cortaba el aire con increíble fineza, como lo haría una bala ante una capa de telas todas juntas, una después de la otra, entonces fue cuando el aire fue cortado por completo y se llegó a percibir algo más que el enloquecedor tic-tac del reloj. Un fuerte silbido de eco silencioso comenzó a escucharse a lo largo de todo el pasillo, no pasó mucho, para que una armoniosa melodía de canción de cuna retumbe contra las paredes e insulte los latidos del reloj, que parecía acelerarse cuando el silbido se agudizaba. El frenesí del silbido terminó por asesinar el corazón de tiempo que dejó caer sus agujas y señalando al seis con tal fuerza como si fuera el culpable de su muerte.
29 junio, 2008
Siete cigarros y una nota de suicidio.

Llegó a él una cajetilla de siete cigarros, delgada y de color blanco, que compraba cuando en su billetera no contaba con más de dos monedas. Una cajetilla más pequeña incluso que las comunes chicas, una de esas que cubría apenas las necesidades básicas de un fumador compulsivo. Y es que cuando un hombre tiene gusto por la lectura, como éste, nuestro protagonista lo tiene, es casi una necesidad llevar a cabo la gustosa acción y acompañarla con un cigarro o un café, o ambos en casos más placenteros todavía. A paso flemático andaba entre las angostas aceras de un parque pequeño y sumamente tranquilo que hay camino a su casa. Cantando casi en la mente, una posiblemente antigua canción, mientras abría la cajetilla, Calles sin color, vestidas de gris… - decía la canción, y después de un momento continuó cantando el poco alegre estribillo.
Para él hacía mucho que los días no eran más que domingos en potencia, pero no uno de esos domingos en los que posiblemente se pasa tranquilo con una buena lectura o compartiendo una amena conversación, sino uno de esos domingos donde el sol no hace más que transmitirte bochorno y cada una de las horas son inmortales, todos los días bañados de un color aburrimiento nostálgico, pues hacía mucho para éste pobre hombre que los pasos de la vida no se atrevían a robarle una sonrisa. Aquel cigarro fue uno de esos tan gozados, que se fuma cuando la barriga se está tan solo un poco más llena de lo deseado y cuando la brisa perfecta golpea con frescura el rostro al caminar. Al tercer choque de piedras llegó a mantener una llama firme con su encendedor, prendió su cigarro y dio la mágica primera pitada, ésta pareció entrar hasta lo más profundo de su ser y luego muy suavemente dejó escapar el humo por la nariz.
Segundo cigarro
Era un martes catorce de marzo. Prendió el cigarro sentado sobre el sillón de la sala, con el cenicero al costado, se encontraba recordando como años atrás recibía tan alegremente las navidades, escuchando villancicos mientras que su madre preparaba el pavo y su padre, fuera de casa, se encargaba de los regalos. Se extrañaba tanto por el poco tiempo que puede pasar y por cuanto puede cambiar uno por los acontecimientos difíciles que se van enfrentando. Aún en esos días, seguía con esa su idea de que todo hubiera sido mejor si hubiera vivido en los 70`s le hubiera gustado trabajar de seguro en una tabacalera, antes de que la ley prohíba la publicidad de cigarrillos, o posiblemente se hubiera encargado de la barra de un bar, a pesar de no ser sueños emprendedores, ni propios para un hombre rico, la idea de trabajar ahí le gustaba mucho y le gustaba pensar en eso.
Sobre el segundo cigarro, fue uno de esos que parece perder sabor mientras más pitadas le das. Uno de esos cigarros que nunca es contado, incluso cuando la cajetilla está medio vacía y se trata de hacer memoria de cuantos se ha fumado. Uno de esos que se pierden con las cosas del día y que se fuma cuando hay que matar el tiempo. La sensación de paz y ligereza que suele acompañar al fumar nunca llegó, fue uno de esos cigarros que pareciera nunca haber sido fumado.
Tercer cigarro
El miércoles parecía consumirse poco a poco junto al cigarro del cenicero. La tarde lo encontró sentado en su oficina, queriendo dejar correr las horas, mientras esperaba la salida. Le era agobiante la idea de tener que trabajar tiempo completo después de tantos años, a pesar de que la estancia en la oficina era cómoda, una alfombra gris cubría el suelo, los asientos acolchonados, aire acondicionado, un baño siempre oliendo a desinfectante, una cocina siempre disponible para poder preparar un café o calentar el almuerzo llegada la hora, en resumen, todo el ambiente de pequeño burgués que deseó tener cuando joven, parecía ser la replica exacta de la oficina de su madre, a diferencia que esta vez él trabajaba y no caminaba viendo los adornos extraños que se suelen tener sobre el escritorio, o tratando de entender los cuadros de arte abstracta que estaban colgados en los pasillos. Antes para él, la idea de oficina venía en un pack junto a la idea de libertad y trabajo sin presión, pero al conseguir todo lo que cuando joven deseaba, llegó a entender que todo es diferente cuando lo vives de primera mano.
Hizo pequeños aros con las últimas bocanadas de humo, mientras el cigarro se consumía casi por completo. Por alguna extraña razón, intentó remontarse al pasado, mientras veía el humo salir de su boca y como poco a poco los aros se iban deteriorando, pensó en dejar el cigarro primero, pero luego recordó al instante que no fumaba más que un cigarro al día, uno al día no hace daño, se dijo queriendo convencer, sin poder acordarse en la primera vez que fumó, pensó que de seguro había sido una de las pocas cosas que le dejó su padre, pues sólo recordaba una imagen de él, fumando sentado mientras leía y tomaba café, queriendo huir del brillo del sol bajo una sombrilla, lamentaba no poder recordar más, pues mucho no lo conoció, aunque estoy más que seguro que le hubiera gustado conversar con él alguna vez, sólo lo recordaba o fumando o jugando con apariencia de estar en otro lado. No dejaba de pensar, cosa que también debió haber dejado como herencia a su hijo, seguramente. Es de recordar para él que su padre era un hombre de buenas costumbres y maneras, poco golpeado por la vida pero si insatisfecho de ella, hombre de mucho carácter, conservador pero hombre cansado también, envejecido por sus propios tormentos.
El tercer cigarro fue apagado sobre el cenicero de vidrio que estaba en su escritorio, al acabarse por completo.
Cuarto cigarro
En memoria a su padre escribió unas coplas alguna vez, una de esas tardes en las que se creyó Manrique, coplas que leyó el jueves con un cigarro y un café en la sala de su casa. Terminando de leerlas, comenzó a observar una pequeña foto de su madre, antes de fallecer, cuando todo el mundo se le venía encima. Su madre comenzó a fumar tras la muerte inesperada de su esposo, jubilada y sin muchas ocupaciones, se dejó vencer por el cigarro, hace dos años y en el mes de Marzo. La rutina agotadora era obstáculo para poder ir a visitarla de vez en cuando, por eso será talvez que se sentía algo culpable. Recordaba los fines de semana cuando almorzaba con ella, cada fin adelgazaba más, ignoraba más a su enfermera y se guardaba más las penas para ella misma.
Las bocanadas de humo le desgarraban la garganta por completo. Dejó de fumar un momento, ignorando la ubicación exacta del cenicero, siguió pensando en su madre, mientras que la ceniza lo iba cubriendo poco a poco, como lampazos de tierra que caen sobre el cajón que encierra toda una historia, fue cubriéndose de ceniza hasta que la braza cayó sobre su mano. Al quemarse se puso de píe de un salto, limpió su ropa con las manos y pisó la braza que tocaba el suelo.
Quinto cigarro
Dicen que un vaso que está hasta la mitad de agua, puede estar medio lleno o medio vacío, dependiendo de la persona de quien mire el vaso, pero no es lo mismo con la cajetilla de siete cigarros, que compró hacía cinco días, ahora sólo contiene dos cigarros sin prender y uno en su boca recién prendido, viendo la cajetilla hoy se pasó gran parte de la tarde, pensando en todo lo que había pasado en estos dos últimos años, como su vida fue desvaneciéndose hasta llegar a eso, que es aún peor que estar muerto. Es la muerte en vida, se sentía como atrapado dentro de un retazo de si mismo, entre sombras de gente que ya no lo rodea, entre compañías que huyeron y recuerdos nostálgicos. En el mar de la incertidumbre y la poca satisfacción que la vida le mandaba, junto al sol un inequívoco resplandor.
Siguió fumando hasta que el cigarro poco a poco se acabó, sin producir asco ni satisfacción, sólo acabó como acaba el encanto de una flor que nunca fue vista pasada ya la primavera, como acaban las historias que nunca fueron escuchadas, como acaba este cigarro que posiblemente se asoma a ser uno de los últimos.
Sexto cigarro
Hace días que no puede escribir. Tiene el café. Tiene el cigarro. Tiene incluso el nunca disponible tiempo para poder escribir, pero no. Sentado y apoyado en su escritorio, con una lámpara de luz amarilla y con música tranquila, en resumen, el ambiente perfecto. No es suficiente. Nunca es suficiente últimamente. Sentía el repudio y odio que sólo puede sentir un presunto escritor al no poder verse reflejado en el papel.
El sexto cigarro. Como un toro divisando a su victima botó con fuerza, el humo de la nariz. Ebrio de tanto oír nada y queriendo vociferar sólo mantuvo el repugnante silencio. Dos horas sentado. Tratando de pensar. Tratando de evadir la impaciencia infantil que a veces por completo lo asaltaba. El cigarro finalizó con un par de asquerosas arcadas. Aplastó el cigarro contra el cenicero con adversidad inigualable.
Sétimo cigarro
Llegó así al último cigarro y a la parte más muerta de la tarde dominical, la más nostálgica, la más sepia y con aquella la tonalidad suave de la melancolía. Se fue envolviendo entre los retazos de poesía, y las frases a medio recordar que escuchaba en su nueva trova. Agobiado de la vida reposada y del escuchar a las ventanas golpear contra la pared, su muralla infranqueable. Voces. Voces en su interior alterando su muerte constante. Sus ojos negándose a ver en el espejo solamente su rostro, su rostro gris y sin perfumar. Sus ojos negándose a enfrentar que hacía horas sin razón lloraban. Una piel fría, amoratada y sin nada que la cubra más que esa pared producto de la aleación de cobre y hierro. Las puertas se abrían y cerraban, la helada brisa impetuosa del desenfreno recorría la casa desnudándola por completo. Y con esa, la última bocanada de humo, se dice que salió de su boca, algo más que dióxido. Desde entonces su boca se mantiene obtusa, haciendo burla del gesto de sorpresa que la vida nunca le trajo.
Desearía ser
que derrame sangre.
Me gustaría ser un puñal,
que acaba con una vida.
Desearía venir a este mundo,
con una sola misión,
cumplirla y desaparecer.
Me gustaría ser pasajero,
y que la vida sea sólo un trecho.
Vivir dos segundos de utopía
y morir sin la menor culpa.
Desearía no sentir,
y no ser más que una herramienta,
muriendo luego de ser utilizada.
Me gustaría ser un testigo,
y estar en todas partes,
sin estarlo realmente,
viendo todo sin ser visto.
Desearía huir de este mundo,
acabar con las penas y
volver la vida menos injusta.
Me gustaría ser como una roca,
insensible y recia,
porque sólo así sería uno
capas de vivir en este mundo.
Desearía no sentir.
Desearía no ser visto.
Desearía... desearía morir.
19 junio, 2008
Todo ya pasó
junto a la mesa con libros leídos,
los cuadernos escritos
y los cuadros ya vistos.
Ahí descansa el cigarro fumado,
las tasas sucias y la ropa usada,
al costado de los lapiceros sin tinta,
y los papeles arrugados.
En la carne incrustada,
está la bala disparada,
que derramó sangre
y acabó con una vida.
Ahí, los escritorios empolvados,
que están junto a mis sueños,
atrapados en telarañas inertes,
esperando que yo alguna vez los rescate.
Las mismas canciones,
en cada segundo,
y el mismo aire,
han opacado mi mundo.
El teléfono en silencio,
las botellas sin alcohol,
una alfombra con sangre
y un cuerpo conocido en el suelo.
Esperanzas marchitas,
preguntas sin salida,
un dedo sin anillo
y ojos húmedos.
Hoy ha sido un día agotador,
he jugado tres papeles,
he sido cruel conmigo,
victima, culpable y testigo.
13 junio, 2008
Instrucciones para fumar...

15 mayo, 2008
Uno de esos días remotamente aguantables....

03 mayo, 2008
Escuché hablar
de esta oscura tempestad,
pero me hice el sordo
y al dolor quise retar.
Con los uniformes limpios,
golpeando la tierra,
viendo el flamear de la bandera,
y escuchando las trompetas.
Aún lo recuerdo,
como un ave
huí de mi nido
sin conocer el exterior.
Esta vez el casco si ajustaba,
los rifles si tenían balas,
la sangre si corría de verdad,
y afuera sólo uno triunfaba.
Una oscura neblina,
cubrió los recuerdos de cuartel,
la paloma blanca murió,
y yo sólo quedé.
Una tormenta de espinas
se llevaron a mis amigos,
y en una trinchera olvidada
lloro por vivir.
Y ahora pienso,
¿Qué me dio la victoria?
¿Acaso borró los recuerdos,
o sanó las heridas?
No revivió a mis hermanos
que por pan asesiné.
Ni limpió mi mundo
de sangre y dolor.
El pueblo solo calla
Es que no sabes, que tu me mantienes,
Es que no sabes, que tu me sostienes,
Gracias a ti estoy vivo,
Pero no me interesas, enano reprimido.
Porqué protestas si yo te doy comida,
Porqué protestas si yo te doy hogar,
Porqué protestas si aun estas con vida
Tu sólo procura callar.
Para que libertad si no la valoras
Para que justicia si no la respetas
Tu sólo recibes y callas,
Nosotros nos encargamos del resto.
Agradece y sigue trabajando,
Que de eso nosotros vivimos
De tu trabajo, tu sudor y tus bienes.
Tu eres mi propiedad,
Tu eres mi sustento,
Tu trabajas para mi,
Y me mantienes contento.
Porque tu dinero en mis manos baila,
Porque tu sudor mantiene comiendo,
Porque sólo eres una herramienta,
Y tu destino no me interesa.
Instantes sin inspiración
Aquellos segundos sin inspiración,
aquellos instantes taciturnos,
en que las palabras no fluyen,
y al completo silencio acuden.
Como una madre que
de versos se acaba para cantar a su hijo.
Como un libro sin fin,
como una canción sin melodía.
y esperar que se marchen debo.
Cual penumbra sobre mi,
esperando que por completo me apague.
Rimas sin sentido,
poemas sin armonía,
como una batalla sin victoria,
agotadora y estresante.
Respirando el aire nostálgico,
espero hallar salida,
pero esta no aparece,
sólo me queda esperar.
y entonces me envuelvo
entre retazos de poesía y
sentimientos mezclados.
Cuando de la oscuridad,
renace, como una luz brillante
y con forma de un hada,
a mis manos viene a parar la inspiración.
Telaraña de sueños
Por aquel camino andaba,
mostrando su sonrisa,
perfecta y sin razón
como lo era ella.
transmitían la misma belleza
que se encuentra,
en las tardes de abril.
arrastraba con sus alas invisibles,
una extensa canción
de alegría y felicidad.
y camuflaba sus sentimientos,
como una flor buscando refugio,
ella se ocultaba de la lluvia gris.
con la que saca una rosa,
creó un mundo interno,
en él que ella reinaba y controlaba.
ni malas noticias,
escuchaba lo deseado,
e ignoraba al resto.
una larga telaraña de felicidad,
expandiendo su niñez,
evitando problemas.
y vencida en un sueño,
permaneció sin poder despertar,
hasta el final.
08 abril, 2008
Infantilismos...
uno de esos enlos que juegoa no ponerle importancia anada y a noser ese prototipo de persona ocupada que pretendo ser siempre...
hoy es un día especial...
es un ocho de recuerdosinfantiles imaginarios y sin más que eso...
días como hoy
y a creaaar gigantescas montañasdeceniza y olvidarme mi relog en casa...
días como estos disfruto de algo que beber en la noche...
nochesde caminata...
nochesde humo...
nochesde recuerdos inventados...
nochesde felicidad inventada...
nochesde caracoles y caparazones...
30 marzo, 2008
El escondrijo de subterfugio

En busca de algo trascendente llegué a parar aquí… en un mundo cuyo cartel de entrada dice con letras pequeñas y poco deformes “Sólo para locos…” donde el asfalto es de brea y cuesta diferenciarlo de la carretera, donde de los árboles brotan cigarros como flores a medio marchitar, donde el sol escoge que vale la pena iluminar y que no. Casa de bohemios y esteparios que caminan sin encontrar algo que ocupe su alma del todo, el hogar para los que estén asqueados de todo lo que han vivido y han de vivir, asilo de los que se han artado de oír diatribas de toda calaña, hogar de hombres que busquen como anacoretas la soledad absoluta, y donde lo naranja y verde es sólo un recuerdo casi olvidado de lo que alguna vez se pudo entablar.
Campos interminables de cactus, con caminos desiertos, donde no vale la pena apostillar para nada y sobre nada, descanso de pensadores taciturnos, e inframundo para los que pensar no es su naturaleza. Hogar únicamente mío y de nadie más, escondite de unicornios y de lo que yo quiera que se oculte ahí, donde el aire acostumbrado está al canto de la armónica y a llevar el aroma de los buitres que de hambre han muerto sobre el suelo árido.
Los invito a compartir de mi mundo. Bienvenidos sean al escondrijo de subterfugio, donde el atisbar sillas vacías es tan simple como respirar, y donde el percibir la gélida neblina es algo que con el tiempo se llega a amar, domicilio de los que aman la lluvia, la braza ardiendo entre sus labios; domicilio de los aspirantes de humo y de los que gustosos pisan las hojas secas para escuchar el crocante sonido.
Señores feudales de diferentes lugares y soñadores de libros llegan a parar aquí, sin importar tiempo o espacio, junto a mí, en busca de algo que logre complementar al máximo su existencia, en busca de respuestas y a causa de morados fracasos. Sigiloso susurraré en oídos dormidos las sibilas secretas para llegar a mi escondite. Necesito de la presencia de los asesinos de la ilusión, de los bohemios, de los forasteros y de los escritores cruentos, los necesito aquí en lo más profundo de mi subterfugio, en mi escondrijo invisible.
25 febrero, 2008
Sobre los cigarrillos...
Otra vez salí a por un cigarro a la una y media de la mañana, últimamente parece ser la hora perfecta y exacta para salir a buscar el cigarro por unidad, rojo y barato. Soy estudiante así que aspirar al Lucky me es un poco difícil, me conformo con los clásicos y con la media cajetilla, pero eso si, siempre los rojos. Si puedo decir algo de los cigarrillos es eso, siempre fumé de los rojos, nada de mentol ni sabor a canela, ni light.
La primera vez que fumé, fue probablemente en los primeros años de secundaria, pero fue en afán de jugar a ser grande, una tarde traviesa con amigos del colegio, todos seguramente lucíamos pequeños y rechonchos, con una sonrisa de niño atrevido que se las sabe todas, y con un cigarro en la mano, que de seguro no encajaba en el cuadro, pero así siempre se empieza, al menos hoy en día todos deben haber empezado a fumar con anécdotas un poco tontas y vergonzosas, pero ese no fue el inicio de mi tabaquismo prematuro, éste empezó a los catorce años, cuando un amigo mío, me dio a sujetar su cigarro mientras él se ataba las agujetas, entonces le di una pitada después de mucho tiempo, fue uno de canela si mal no recuerdo, un cigarrillo negro con un hilo dorado que separaba el tabaco del filtro, me gusto el dulzor de los labios luego de la primera pitada, aunque el golpear el humo en el pecho, no era una idea muy placentera que digamos, pero con el tiempo se fue convirtiendo en compañía fiel mientras esperaba el autobús o cuando caminaba por la calle y me olvidaba mi reproductor de música; luego pasando a otros niveles de adicción, fumaba luego de comer y antes de dormir; finalmente pasé al tercer y último grado de adicción al tabaquismo que es el no poder hacer nada sin un cigarro en la boca.
Pasado un tiempo de empezada mi adicción, el amigo, quien junto a mí comenzó a fumar a diario, me comentó que hacía mucho tiempo un amigo suyo le dio a sostener su cigarro mientras éste se ataba las agujetas, pero fiel a su educación religiosa no dudó en no probar el cigarro, con el pasar del tiempo las fiestas y reuniones lo hicieron fumar aunque poco, y luego decidió repetir la jugarreta, pero ahora conmigo. Caí. Solo atiné a reírme al escucharlo.
Los meses fueron pasando, y poco a poco probamos diferentes cosas, cigarros con lo mejor de tabaco negro, que terminó siendo malísimo a mí parecer, luego probamos muchísimas marcas diferentes, con el ánimo que presenta un agnóstico al buscar diversas fuentes de fe. El puro no tardó en ser probado, donde encontramos uno de los mayores placeres. Pronto nos vimos sentados en la mesa de un café conversando con nuestro par de puros en la mano y alucinándonos como gánsters planificando el siguiente golpe. La cabeza te juega difíciles pasadas cuando de un vicio se trata, eso yo lo sé.
Una que otra vez me he visto en la situación de tener que prender los cigarros que horas antes había aplastado contra el cenicero fastidiado por haber durado tan poco, una que otra vez que no encontré un maldito quiosco a las dos de la mañana por mi casa y cuando no tenía dinero suficiente para comprarme media cajetilla en el grifo. Hay momentos de extrema pobreza. Y una vez, sólo una prendí un cigarro que estaba en el suelo cerca de una banca de parque, que no era mío, pero fue por una apuesta, no he llegado aún a tal nivel de ansiedad como para olvidarme tanto de mi dignidad.
Enamorado en sueños
Mi tarde es fría y opaca,
rodeada de un aire triste y mortal.
Las mañanas en bicicleta, bajo el sol de ayer,
se han vuelto melancólicas.
El humo de los carros, asesinan
al césped de los parques de la ciudad,
y las miradas azules y rápidas,
me insultan y ofenden.
Mis tardes de color pardo,
desprenden un aroma a incienso
y café recién pasado,
y traen a mi mente recuerdos.
Hermosas melodías en un violín,
que era tocado por una dulce y fina mujer,
que desnuda esperaba,
en una silla sentada.
Esos eran mis sueños,
de aquella hermosa mujer,
que en mi mente descansa y
sólo en noches aparece.
muy lentas, y junto al reloj espero
la luna y el sueño,
que son el camino a mi amada.
En sueños me he enamorado,
y no encuentro forma de besarla,
siempre me mantengo a distancia y
tengo sólo la oportunidad de contemplarla.
La locura aguarda detrás de ella,
la impaciencia me invade
y sólo me queda dormir,
y sólo con verla me tendrá que bastar.
22 febrero, 2008
El café burgués II

El café no era de su agrado, seguramente afirmaría nunca haberlo probado, las gigantescas nubes blancas y grises cubrían sus pensamientos más utópicos, bajo la noche de luna amarilla caminaba, vistiendo de negro y fumando de blanco lucky. El aire masajeaba su cabeza suavemente, humedeciendo sus cabellos como sólo la brizna miraflorina sabe hacerlo.
No llevaba ni sombreros de copa, ni terno, ni celular, ni reloj, todos estos complementos de esa falsa apariencia descansaban sobre su cama mal tendida, en su pequeño departamento de san isidro y perteneciente a una calle no muy transitada y bastante iluminada, el paisaje iba cambiando, mientras el hombre caminaba con aquel paso acelerado de empresario, se dirigía al café, pero no por uno, quería un trago amargo y frío, que desgarre junto al humo del cigarrillo su garganta. Era un viernes si mal no recuerdo, un viernes de llovizna gris y de trabajo acelerado, un viernes digno de vestir un gabán negro de bestseller neoyorquino.
Por su forma de fumar se podría afirmar que le gustaba hacerlo hasta sentir el plástico del filtro quemar su garganta, y luego de un trago de ron y del inevitable gesto de dolor y asco, tocía un poco y dejaba salir el humo con suavidad por la nariz. Acto seguido del hombre no fumador, era el pasar su mano por la cabeza, queriendo desgarrarse el cuero cabelludo, del que cuidaba tanto en las mañanas antes del trabajo, con un semblante de hombre insatisfecho llamaba al sujeto de corbata pequeña que seguramente había visto en tarde de café, le conversaba un poco acerca de la música y de la gente que asistía al local, pero al no poder entablar esa conversación espontánea que tanto había deseado, con cierto desprecio y arribismo le pedía otro trago, aprovechando su calidad de cliente y lo apuraba un poco, como para guardar las distancias y no mostrar debilidad, quedándose nuevamente solo, él, su cigarrillo blanco y su cenicero casi lleno.
Veía con desdén la mesa donde pocas horas antes había estado con una dama y caballero bebiendo café. Su mirada caía y con una sonrisa burlona recordaba los tontos comentarios que se suelen dar cuando la charla no sabe a donde ir a parar. Miraba el suelo, la luna, la mesa, su mano sujetando el cigarro y luego el ron, su pupila deseaba bailar pero su perfil de empresario lo anclaba a estar sentado sin poder decir nada, se cuestionaba sobre el momento exacto en que su vida tranquila y espontánea había llegado a convertirse en aquel tipo de vida cargada de rutinas y suaves brisas invisibles vacías de toda amistad que no esté ligada a ninguna conveniencia.
Pasadas un par de horas, el no fumador seguía sentado sobre la silla, sin mover más que la mirada y su brazo que con un infinito sube y baja depositaba las cenizas y aspiraba fuertemente, había analizado su situación en los últimos años y notó que esa no era la clase de vida que quería mantener, entonces fue cuando recordó que el fin de semana pasado se había encontrado en la misma situación. Bebió el último trago de ron, botó la última bocanada de humo, pidió la cuenta mientras aplastaba el cigarrillo contra el cenicero, y luego se marchó del café sin hacer ningún cambio y considerando todas esas horas de meditación existencial como otra rutina más, sin arriesgarse a ninguna mudanza de perfil pasó por entre avenidas y llegó a su calle no muy transitada pero muy iluminada de san isidro, entró en su departamento y recordó que la semana pasada había terminado todo igual y que nada cambiaría por más que lo meditase.
Los he visto
de ropas negras, tratando de esconder su raza,
de barba larga y ojos hundidos
y poseedores de una fría y calculadora mente.
Y mientras asesinan más devotos se creen,
todos hermanos de sangre y creencias,
todos ambiciosos también,
y victimas de numerosas conspiraciones.
Bajo sus peladas cabezas,
los deseos más sucios se pueden esperar,
siempre indecentes y desgarbados,
sabios, cohibidos y mutilados.
En el suelo de la sociedad
y sobre ella también,
aparentando ser victimas,
escondiendo su rostro culpable.
Muchas veces excluidos,
Están por todas partes y sin rumbo,
trayendo nada más que problemas al mundo.
por la busca de más poder.