Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

02 julio, 2008

La muerte de un reloj...

La vida es complicada para un reloj, deben estar todo el tiempo atentos y calculando, contando constantemente sin perder concentración, un instante de desequilibrio y toda la cuenta se hecha a perder. Los relojes deben mantenerse siempre tranquilos y serenos, sin emociones fuertes, pues cuando uno está feliz o distraído, el tiempo pasa rápido ¿no? Seguramente no tardarás en entender que eso no es algo conveniente para un reloj. Su función posiblemente sea el tratar de mostrarnos su percepción del tiempo, lineal y constante, pero le debe ser difícil también enfrentar que siempre al ser observado todos se den prisa y aceleren el paso, debe ser talvez por su mirada penetrante.

Kafca, seguramente nos diría que el tiempo no es más que una herramienta del hombre para complicarlo todo y enjaularnos. Kant por su lado, nos podría decir que es una de las unidades básicas para la percepción humana, ya que toda sensación se ubica dentro de un espacio y tiempo. Pero según Daniel F. que es la percepción que tomé, el tiempo no es más que una luz que intenta ocultarse en la sombra del viento burlón, que se besa o que se va de cabeza. Posiblemente si Daniel F fuera un reloj seria imposible que nos pueda mostrar su percepción del tiempo, sólo con un par de agujas, pero de todos modos tratando de entender su idea, y sabiendo ya como es de compleja la vida de un reloj, quise narrar aquí la muerte de uno.


Hay pasillos, como los de los hospitales que a menudo se hacen esperar segundos inmortales y convulsionantes. Hay pasillos sombríos como dignos de ser parte y de conducir a una gran habitación de un viejo palacio del medioevo.

Los pasillos comenzaron a llenarse de una bruma invisible y espesa, que sin querer cubrió los interruptores de luz y con su frío aliento besó al reloj, que desde el centro del pasillo sonaba con un eco casi tan infinito, como el largo del pasadizo profundo, marcando las doce menos un cuarto, el segundero que latía como un convaleciente corazón apunto de estallar en cuatro diferentes miembros.

Entonces la neblina espesa como una nata bañada de obscuridad comenzó a ceder ante una fuerza mayor desde el fondo del pasillo, algo cortaba el aire con increíble fineza, como lo haría una bala ante una capa de telas todas juntas, una después de la otra, entonces fue cuando el aire fue cortado por completo y se llegó a percibir algo más que el enloquecedor tic-tac del reloj. Un fuerte silbido de eco silencioso comenzó a escucharse a lo largo de todo el pasillo, no pasó mucho, para que una armoniosa melodía de canción de cuna retumbe contra las paredes e insulte los latidos del reloj, que parecía acelerarse cuando el silbido se agudizaba. El frenesí del silbido terminó por asesinar el corazón de tiempo que dejó caer sus agujas y señalando al seis con tal fuerza como si fuera el culpable de su muerte.

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