
El café no era de su agrado, seguramente afirmaría nunca haberlo probado, las gigantescas nubes blancas y grises cubrían sus pensamientos más utópicos, bajo la noche de luna amarilla caminaba, vistiendo de negro y fumando de blanco lucky. El aire masajeaba su cabeza suavemente, humedeciendo sus cabellos como sólo la brizna miraflorina sabe hacerlo.
No llevaba ni sombreros de copa, ni terno, ni celular, ni reloj, todos estos complementos de esa falsa apariencia descansaban sobre su cama mal tendida, en su pequeño departamento de san isidro y perteneciente a una calle no muy transitada y bastante iluminada, el paisaje iba cambiando, mientras el hombre caminaba con aquel paso acelerado de empresario, se dirigía al café, pero no por uno, quería un trago amargo y frío, que desgarre junto al humo del cigarrillo su garganta. Era un viernes si mal no recuerdo, un viernes de llovizna gris y de trabajo acelerado, un viernes digno de vestir un gabán negro de bestseller neoyorquino.
Por su forma de fumar se podría afirmar que le gustaba hacerlo hasta sentir el plástico del filtro quemar su garganta, y luego de un trago de ron y del inevitable gesto de dolor y asco, tocía un poco y dejaba salir el humo con suavidad por la nariz. Acto seguido del hombre no fumador, era el pasar su mano por la cabeza, queriendo desgarrarse el cuero cabelludo, del que cuidaba tanto en las mañanas antes del trabajo, con un semblante de hombre insatisfecho llamaba al sujeto de corbata pequeña que seguramente había visto en tarde de café, le conversaba un poco acerca de la música y de la gente que asistía al local, pero al no poder entablar esa conversación espontánea que tanto había deseado, con cierto desprecio y arribismo le pedía otro trago, aprovechando su calidad de cliente y lo apuraba un poco, como para guardar las distancias y no mostrar debilidad, quedándose nuevamente solo, él, su cigarrillo blanco y su cenicero casi lleno.
Veía con desdén la mesa donde pocas horas antes había estado con una dama y caballero bebiendo café. Su mirada caía y con una sonrisa burlona recordaba los tontos comentarios que se suelen dar cuando la charla no sabe a donde ir a parar. Miraba el suelo, la luna, la mesa, su mano sujetando el cigarro y luego el ron, su pupila deseaba bailar pero su perfil de empresario lo anclaba a estar sentado sin poder decir nada, se cuestionaba sobre el momento exacto en que su vida tranquila y espontánea había llegado a convertirse en aquel tipo de vida cargada de rutinas y suaves brisas invisibles vacías de toda amistad que no esté ligada a ninguna conveniencia.
Pasadas un par de horas, el no fumador seguía sentado sobre la silla, sin mover más que la mirada y su brazo que con un infinito sube y baja depositaba las cenizas y aspiraba fuertemente, había analizado su situación en los últimos años y notó que esa no era la clase de vida que quería mantener, entonces fue cuando recordó que el fin de semana pasado se había encontrado en la misma situación. Bebió el último trago de ron, botó la última bocanada de humo, pidió la cuenta mientras aplastaba el cigarrillo contra el cenicero, y luego se marchó del café sin hacer ningún cambio y considerando todas esas horas de meditación existencial como otra rutina más, sin arriesgarse a ninguna mudanza de perfil pasó por entre avenidas y llegó a su calle no muy transitada pero muy iluminada de san isidro, entró en su departamento y recordó que la semana pasada había terminado todo igual y que nada cambiaría por más que lo meditase.
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