Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

02 diciembre, 2007

El café burgués



Eran dos hombres, uno fumaba, el otro decía nunca haberlo hecho. El fumador levantaba una delgada tasa de café, recién pasado, se quemaba ligeramente los labios y dejaba caer lentamente, bañando su interior de la negra infusión, luego, el filtro del delgado cigarrillo era el segundo en besar sus labios, aspiraba con suavidad y dejaba botar el humo con frenesí, cerraba desaforadamente los ojos y se acomodaba el sombrero cilíndrico y no muy sutil, la bocanada de humo se perdía entre el rostro del hombre que al frente de él bebía café y lo acompañaba con una pequeña galleta que casi ni sabor tenía, por el amargor del café. Pero ya no era un cigarro el que besaba los labios del primer hombre descrito, una mujer con un vestido magenta escotado, entró en el café y sin pronunciar muchas palabras, saludó al fumador con un afectivo beso en los labios, pero no era un caluroso beso típicamente de los jóvenes, que se pueden ver en los parques o entre las calles oscuras, fue un beso delicado, como si de aristocracia se tratase.



La mujer se sentó luego de saludar al segundo hombre, con el brazo derecho levantado, le hacía una seña a un tercer hombre, que se acercó con su pequeña corbata y trajo otro café para la refinada dama, ella tampoco fumaba, su padre lo había hecho durante años y el olor le traía malos recuerdos de su niñez. En una mesa circular y de poco radio conversaban sobre la baja del dólar. Cuando el cenicero estaba casi lleno, el segundo hombre, el no fumador, abrió una pequeña caja con chocolates que probablemente habría comprado en una pequeña tienda, cercana a su casa, probó uno y dejó la caja sobre la mesa para que sus acompañantes disfrutasen de ellos. El hombre de los chocolates era el más joven, tenía lentes, pero no solía usarlos por comodidad, asistía a ese café continuamente al igual que los otros dos sujetos sentados y sé también que vivía por alguna calle transitada de San Isidro.


El día era cálido, era inevitable no cerrar los ojos al salir de casa, los rayos del sol causaban ese molesto brillo contra la vereda que parece calcinar la retina. Se podría decir que no era un día apropiado para salir a tomar un café recién pasado, pero para ellos no era así, era el día perfecto, bajo un delgado toldo que los cubría del sol y sentados viendo a la gente pasar frente a ellos, sin mencionar un tema de conversación trascendente, como si no existiese razón alguna para tomar un café, un día laborable y talvez los tres eran necesitados detrás de su amplio escritorio, junto a su pila de papeles y dirigiendo una empresa prospera, pero solían salir dejando todo dentro de su despacho, solían salir a tomar un café y olvidar el trabajo.

El hombre no fumador, era un liberalista, un joven empresario como lo llamarían muchos, trabajaba a unas pocas cuadras del café y no mantenía una relación amorosa estable hacía mucho, se excusaba con su falta de tiempo, pero tanto la dama como el caballero fumador sabían muy en el fondo que se trataba de una falta de intimidad y de una timidez constante. Era un lector activo y solía acabarse libros con rapidez, mantenía contacto con unos pocos sujetos de la mafia limeña, pero no mantenía relación constante con alguien en especial, sólo con la dama y el fumador, que seguramente no eran apreciados por él, pero a falta de amigos, están los compañeros y sus acompañantes en el café de la tarde eran ellos.

La dama de lujosas pulseras era la secretaria del hombre fumador, no solían mantener relación fuera de la oficina, pero si solían mantener esa intimidad entre jefe y secretaria que algunas veces se puede percibir, no eran ni siquiera amigos, pues no se comentaban sus problemas ni había ese interés del uno por el otro, pero si era una buena costumbre el llegar a la oficina y saludarse con un beso que no corresponde.

Una corta brisa pasó entre los cabellos de la dama, movilizándolos, haciéndolos volar con el ritmo que seguían las cenizas del cigarro que el fumador hacía brotar con un movimiento de dedos casi invisible, y el verla con los cabellos alborotados fue suficiente excusa para que el caballero fumador le tocase la pierna, demostrando así la típica relación entre jefe y secretaria que ya había sugerido con anterioridad. El joven capitalista, no mostraba señales de exaltación ante ese tipo de relación vacía y sin bases afectivas, puesto que en su pequeña empresa había tenido encuentros parecidos con sus empleadas. Este joven tendría aproximadamente unos treinta años, pero su precaria juventud es en la que me baso para mencionarlo como el más joven de los tres. Vestía al igual que el fumador un incomodo terno de color oscuro y junto a su silla descansaba un maletín con cosas que sólo él entendía y podría aplicar. El no fumar era una característica que no encajaba con su personalidad, la razón de su desprecio hacia la nicotina no es sabida, pero si puedo asegurar que el no haber probado nunca el cigarro era una falacia, pues aún recuerdo haberlo visto caminando en las noches de Miraflores, dirigiéndose a su casa y haber buscado con una mirada desesperada una pequeña tienda para comprarse un delgado cigarrillo blanco, luego de comprarlo lo prendía en seguida y tras botar la primera bocanada de humo y guardado ya su encendedor, caminaba más tranquilo hacia su casa, no podría asegurar el porqué de su mentira, pues al igual que la dama y el fumador, eran extraños para mi, e incluso entre ellos mismos lo eran.

Ha zarpado

Sentía la riada desbordante,
el caudal alterado,
un calor extendido y
las ropas pegadas.

Pasos inestables
dirigiendo una marcha
constante, deliberada,
de respiración intranquila.

Desemboca en el eterno
azul de almagre color,
con un gabán negro
y con el plomo incrustado.

El percutor rojo,
una y otra vez,
pareció desmembrarse,
ante sus ojos.

Las cadenas ancladas, caían
cada vez más y más lento,
era eterno,
era continuo.

Entonces vio el distorsionar
de las cosas, al alejarse.
Sintió el frío metálico
y el barco soltó puerto,
poco a poco.

08 noviembre, 2007

Junto a mi te ves bien

Te busqué entre la sombra,
tus gritos sordos me guiaban.
Tiritabas de miedo,
y eso me parecía despertar.

Una idea tenaz,
había asaltado mi mente.
cuando el fuego glamouroso
parecía ya desgarrarme.

Me arrastraba en tu falda,
respirando lujuria,
me atrincheré en tus pechos,
y jadeando mordí tu cuello.

En tu espalda incrusté el puñal,
muy despacio te vi caer,
bebí tu sangre, acaricié tu piel
cargué tu cuerpo y junto a mi lo senté.

Tu sangre me pedía correr,
tu carne suplicaba dolor,
tu cuerpo no dejaba de caer,
y tu piel perdía color.

Te enfrías con velocidad,
y mis abrazos parecen no ayudar,
tu piel va oscureciendo,
pero junto a mi te ves bien.

Atando las penas

Sentada sobre un tronco,
con los labios inertes
dejaba sin cuidado caer la mirada,
acompañada de nadie.

Sola se envolvía en un dolor
un dolor más que real,
pero a la vez común
y placentero.

Y sus palabras en silencio
hablaban que sus ojos
habían sido los orígenes
de una larga lluvia.

Paciente y reservada,
como la luna suele serlo.
Sus pupilas cayeron al suelo
y crearon nudos en una larga soga.

Entre lágrimas y malos pensamientos,
ató sus penas de una rama firme,
paciente esperó quien la recogiera,
entonces llegó la señora.

El suelo ya no era estable,
no pensaba más en utopías,
el calor y el frío eran uno,
y el sol ya no podía brillar.

Pasó saliva y comenzó a llorar,
entonces la dama de negro
por atrás la abrazó
suspiró en sus oídos.

Envolvió su cuello con fuerza,
y desapareció su suelo,
originando una dura caída
y tensando la soga.

Sólo soy un simple caminante

Soy el amo del camino
quien ha cambiado su destino
andando solo y sin un amigo
y solo en el tiempo me he perdido.

Ser libre, caminar y sentir el viento
andar sin ruta y disfrutar el momento
sólo soy un simple caminante
que de los senderos soy amante.

Caminando por las praderas
y cruzando las grandes fronteras
disfrutando de la libertad en su máximo esplendor
y de la naturaleza su llamativo color.

Disfrutar de un colorido atardecer
y cuando la luna llega desaparecer
al caer la oscura noche huir
a un lugar seguro, donde pueda dormir.

Mirar la clara mañana
y ver en ella tu tierna mirada
en las noches ver las estrellas
y apreciar al contarlas y divisarlas a ellas.

Cambiar de estilo de vida
creando una fuerte herida
al recordar mi pasado
ahora que tanto he caminado.

Ver girar alrededor mió el mundo
mientras yo camino sin rumbo
caminando sin asegurarme un futuro perfecto
bajo el luminoso sol, en el campo abierto.

Apreciar las nubes amalgamadas
en los insomnios de madrugadas
difícil es aprender a amar esta situación
las lluvias, nieblas y hasta la desolación.

05 noviembre, 2007

Mi doncella medieval

El brillo de la llama del cigarrillo relucía en el impenetrable escaparate, la noche me vigilaba desde lo alto, como era su peculiar costumbre, como sólo ella sabe hacerlo en aquellas noches de verano, la luna era llena de brillo y de color cuando un hombre pasaba a mi derecha y con una mirada desconocida me vigilaba como si me comportase como un ladrón, como si no supiese que diferenciar el sueño de la realidad.


Pero ya no era sólo ese hombre, sentía mil miradas a la vez, todos volvían hacia mí y me observaban con firmeza. El sabor del café tostado casi se perdía en mi boca, el tabaco encendido era el único aliado y él único que me hacia recordar la amargura del café, su exqusito sabor de un amargor-piel, me hacia anhelar cada vez más a aquella mujer.

La recuerdo como si estuviese al frente de ella, vigilando sus pasos, sus pensamientos, tratando de leer sus labios, sus menudos labios granates, los que permanecían siempre inertes, siempre helados, sin una sonrisa que se quite de prisa, ni una sola, por más fugas que sea, siempre seria demostrando su extraña belleza, con un vestido blanco y largo, con una rosa roja en él, y con un enloquecedor cerquillo café que sin querer cubría parte del ojo izquierdo, siempre indiferente queriendo que todos la admirasen, esa era otra cosa que me hacia perder la razón, la idea de que estaba ahí sola, sentada en su silla caoba, rodeada de gente que siempre volvía a verla.

Su falda, la que como cortina tras ventana abierta bailaba al ritmo de la brisa, despidiendo su aroma, demostrando su pureza al elevarse entre sus piernas. Sus ojos, mis ojos, juntos hacían un enorme y carísimo brillante, un brillante negro e impenetrable, como lo era el vidrio, pero no aquella noche. Aquella noche vi sus ojos diferentes, al igual que sus zapatos chispeaban y con la ligereza de una pluma parecía sonreírme, sus cejas ya no eran firmes rectas sin gracia, y sus pechos, al igual que su cuerpo entero, estaban más cerca. A la vuelta de la esquina, literalmente.

Caminé hasta encontrarla, y volví a sentir las miradas acusadoras, fruncí el seño y sin pensarlo siete arrojé el cigarro al suelo, no quería recordar el sabor de su piel más, quería sentirlo otra vez y para siempre.


"...De una pedrada me baje el cristal
y corrí, corrí con ella hasta mi portal.
Todo su cuerpo me tembló en los brazos
nos sonreía la luna de mayo
bajo la lluvia bailamos un vals
un, dos, tres, un, dos, tres, todo daba igual
y yo le hablaba de nuestro futuro
y ella lloraba en silencios lo juro..."

Ahora soy yo quien espera rescate, sé que vendrás pues de aquí no me muevo y aquí me tienes que encontrar, no hablo con nadie y a veces vienen a visitarme algunos amigos, pero tampoco les hablo, no me entienten en la mayoría. Mis días son largos pero no placenteros. Ayer te hice una cansión, hablaba de nuestra precipitada aventura juntos, mis ojos estuvieron lluviosos mientras la cantaba, una y otra vez, incluso me pareció estár junto, pero no era así, fue un sueño y nada más...

El forastero









Andando solo
detrás del lobo aullante
insaciable, intranquilo,
manchando de sangre su martillo.

Caballero de capas,
de caminos tranquilos,
de pisada fuerte
e interminables caminos.

Hombre de bandera desconocida,
de emblema oculto,
estafador sin culpas,
asesino furtivo.

Y vienes hoy aquí,
a justificar acciones,
a explicar tu posición,
y llamarte inocente.

Hombre obstinado,
que permanece aún vivo.
juez de mentiras,
marchito de ideas.

Guerrero leal,
de patria incógnita.
De comportamiento,
misterioso y mortal.