
El hombre no fumador, era un liberalista, un joven empresario como lo llamarían muchos, trabajaba a unas pocas cuadras del café y no mantenía una relación amorosa estable hacía mucho, se excusaba con su falta de tiempo, pero tanto la dama como el caballero fumador sabían muy en el fondo que se trataba de una falta de intimidad y de una timidez constante. Era un lector activo y solía acabarse libros con rapidez, mantenía contacto con unos pocos sujetos de la mafia limeña, pero no mantenía relación constante con alguien en especial, sólo con la dama y el fumador, que seguramente no eran apreciados por él, pero a falta de amigos, están los compañeros y sus acompañantes en el café de la tarde eran ellos.
La dama de lujosas pulseras era la secretaria del hombre fumador, no solían mantener relación fuera de la oficina, pero si solían mantener esa intimidad entre jefe y secretaria que algunas veces se puede percibir, no eran ni siquiera amigos, pues no se comentaban sus problemas ni había ese interés del uno por el otro, pero si era una buena costumbre el llegar a la oficina y saludarse con un beso que no corresponde.
Una corta brisa pasó entre los cabellos de la dama, movilizándolos, haciéndolos volar con el ritmo que seguían las cenizas del cigarro que el fumador hacía brotar con un movimiento de dedos casi invisible, y el verla con los cabellos alborotados fue suficiente excusa para que el caballero fumador le tocase la pierna, demostrando así la típica relación entre jefe y secretaria que ya había sugerido con anterioridad. El joven capitalista, no mostraba señales de exaltación ante ese tipo de relación vacía y sin bases afectivas, puesto que en su pequeña empresa había tenido encuentros parecidos con sus empleadas. Este joven tendría aproximadamente unos treinta años, pero su precaria juventud es en la que me baso para mencionarlo como el más joven de los tres. Vestía al igual que el fumador un incomodo terno de color oscuro y junto a su silla descansaba un maletín con cosas que sólo él entendía y podría aplicar. El no fumar era una característica que no encajaba con su personalidad, la razón de su desprecio hacia la nicotina no es sabida, pero si puedo asegurar que el no haber probado nunca el cigarro era una falacia, pues aún recuerdo haberlo visto caminando en las noches de Miraflores, dirigiéndose a su casa y haber buscado con una mirada desesperada una pequeña tienda para comprarse un delgado cigarrillo blanco, luego de comprarlo lo prendía en seguida y tras botar la primera bocanada de humo y guardado ya su encendedor, caminaba más tranquilo hacia su casa, no podría asegurar el porqué de su mentira, pues al igual que la dama y el fumador, eran extraños para mi, e incluso entre ellos mismos lo eran.