Sentada sobre un tronco,
con los labios inertes
dejaba sin cuidado caer la mirada,
acompañada de nadie.
Sola se envolvía en un dolor
un dolor más que real,
pero a la vez común
y placentero.
Y sus palabras en silencio
hablaban que sus ojos
habían sido los orígenes
de una larga lluvia.
Paciente y reservada,
como la luna suele serlo.
Sus pupilas cayeron al suelo
y crearon nudos en una larga soga.
Entre lágrimas y malos pensamientos,
ató sus penas de una rama firme,
paciente esperó quien la recogiera,
entonces llegó la señora.
El suelo ya no era estable,
no pensaba más en utopías,
el calor y el frío eran uno,
y el sol ya no podía brillar.
Pasó saliva y comenzó a llorar,
entonces la dama de negro
por atrás la abrazó
suspiró en sus oídos.
Envolvió su cuello con fuerza,
y desapareció su suelo,
originando una dura caída
y tensando la soga.
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