
El brillo de la llama del cigarrillo relucía en el impenetrable escaparate, la noche me vigilaba desde lo alto, como era su peculiar costumbre, como sólo ella sabe hacerlo en aquellas noches de verano, la luna era llena de brillo y de color cuando un hombre pasaba a mi derecha y con una mirada desconocida me vigilaba como si me comportase como un ladrón, como si no supiese que diferenciar el sueño de la realidad.
Pero ya no era sólo ese hombre, sentía mil miradas a la vez, todos volvían hacia mí y me observaban con firmeza. El sabor del café tostado casi se perdía en mi boca, el tabaco encendido era el único aliado y él único que me hacia recordar la amargura del café, su exqusito sabor de un amargor-piel, me hacia anhelar cada vez más a aquella mujer.
La recuerdo como si estuviese al frente de ella, vigilando sus pasos, sus pensamientos, tratando de leer sus labios, sus menudos labios granates, los que permanecían siempre inertes, siempre helados, sin una sonrisa que se quite de prisa, ni una sola, por más fugas que sea, siempre seria demostrando su extraña belleza, con un vestido blanco y largo, con una rosa roja en él, y con un enloquecedor cerquillo café que sin querer cubría parte del ojo izquierdo, siempre indiferente queriendo que todos la admirasen, esa era otra cosa que me hacia perder la razón, la idea de que estaba ahí sola, sentada en su silla caoba, rodeada de gente que siempre volvía a verla.
Su falda, la que como cortina tras ventana abierta bailaba al ritmo de la brisa, despidiendo su aroma, demostrando su pureza al elevarse entre sus piernas. Sus ojos, mis ojos, juntos hacían un enorme y carísimo brillante, un brillante negro e impenetrable, como lo era el vidrio, pero no aquella noche. Aquella noche vi sus ojos diferentes, al igual que sus zapatos chispeaban y con la ligereza de una pluma parecía sonreírme, sus cejas ya no eran firmes rectas sin gracia, y sus pechos, al igual que su cuerpo entero, estaban más cerca. A la vuelta de la esquina, literalmente.
Caminé hasta encontrarla, y volví a sentir las miradas acusadoras, fruncí el seño y sin pensarlo siete arrojé el cigarro al suelo, no quería recordar el sabor de su piel más, quería sentirlo otra vez y para siempre.
"...De una pedrada me baje el cristal
y corrí, corrí con ella hasta mi portal.
Todo su cuerpo me tembló en los brazos
nos sonreía la luna de mayo
bajo la lluvia bailamos un vals
un, dos, tres, un, dos, tres, todo daba igual
y yo le hablaba de nuestro futuro
y ella lloraba en silencios lo juro..."
Ahora soy yo quien espera rescate, sé que vendrás pues de aquí no me muevo y aquí me tienes que encontrar, no hablo con nadie y a veces vienen a visitarme algunos amigos, pero tampoco les hablo, no me entienten en la mayoría. Mis días son largos pero no placenteros. Ayer te hice una cansión, hablaba de nuestra precipitada aventura juntos, mis ojos estuvieron lluviosos mientras la cantaba, una y otra vez, incluso me pareció estár junto, pero no era así, fue un sueño y nada más...
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