
Eran dos hombres, uno fumaba, el otro decía nunca haberlo hecho. El fumador levantaba una delgada tasa de café, recién pasado, se quemaba ligeramente los labios y dejaba caer lentamente, bañando su interior de la negra infusión, luego, el filtro del delgado cigarrillo era el segundo en besar sus labios, aspiraba con suavidad y dejaba botar el humo con frenesí, cerraba desaforadamente los ojos y se acomodaba el sombrero cilíndrico y no muy sutil, la bocanada de humo se perdía entre el rostro del hombre que al frente de él bebía café y lo acompañaba con una pequeña galleta que casi ni sabor tenía, por el amargor del café. Pero ya no era un cigarro el que besaba los labios del primer hombre descrito, una mujer con un vestido magenta escotado, entró en el café y sin pronunciar muchas palabras, saludó al fumador con un afectivo beso en los labios, pero no era un caluroso beso típicamente de los jóvenes, que se pueden ver en los parques o entre las calles oscuras, fue un beso delicado, como si de aristocracia se tratase.
La mujer se sentó luego de saludar al segundo hombre, con el brazo derecho levantado, le hacía una seña a un tercer hombre, que se acercó con su pequeña corbata y trajo otro café para la refinada dama, ella tampoco fumaba, su padre lo había hecho durante años y el olor le traía malos recuerdos de su niñez. En una mesa circular y de poco radio conversaban sobre la baja del dólar. Cuando el cenicero estaba casi lleno, el segundo hombre, el no fumador, abrió una pequeña caja con chocolates que probablemente habría comprado en una pequeña tienda, cercana a su casa, probó uno y dejó la caja sobre la mesa para que sus acompañantes disfrutasen de ellos. El hombre de los chocolates era el más joven, tenía lentes, pero no solía usarlos por comodidad, asistía a ese café continuamente al igual que los otros dos sujetos sentados y sé también que vivía por alguna calle transitada de San Isidro.
El día era cálido, era inevitable no cerrar los ojos al salir de casa, los rayos del sol causaban ese molesto brillo contra la vereda que parece calcinar la retina. Se podría decir que no era un día apropiado para salir a tomar un café recién pasado, pero para ellos no era así, era el día perfecto, bajo un delgado toldo que los cubría del sol y sentados viendo a la gente pasar frente a ellos, sin mencionar un tema de conversación trascendente, como si no existiese razón alguna para tomar un café, un día laborable y talvez los tres eran necesitados detrás de su amplio escritorio, junto a su pila de papeles y dirigiendo una empresa prospera, pero solían salir dejando todo dentro de su despacho, solían salir a tomar un café y olvidar el trabajo.
El hombre no fumador, era un liberalista, un joven empresario como lo llamarían muchos, trabajaba a unas pocas cuadras del café y no mantenía una relación amorosa estable hacía mucho, se excusaba con su falta de tiempo, pero tanto la dama como el caballero fumador sabían muy en el fondo que se trataba de una falta de intimidad y de una timidez constante. Era un lector activo y solía acabarse libros con rapidez, mantenía contacto con unos pocos sujetos de la mafia limeña, pero no mantenía relación constante con alguien en especial, sólo con la dama y el fumador, que seguramente no eran apreciados por él, pero a falta de amigos, están los compañeros y sus acompañantes en el café de la tarde eran ellos.
La dama de lujosas pulseras era la secretaria del hombre fumador, no solían mantener relación fuera de la oficina, pero si solían mantener esa intimidad entre jefe y secretaria que algunas veces se puede percibir, no eran ni siquiera amigos, pues no se comentaban sus problemas ni había ese interés del uno por el otro, pero si era una buena costumbre el llegar a la oficina y saludarse con un beso que no corresponde.
Una corta brisa pasó entre los cabellos de la dama, movilizándolos, haciéndolos volar con el ritmo que seguían las cenizas del cigarro que el fumador hacía brotar con un movimiento de dedos casi invisible, y el verla con los cabellos alborotados fue suficiente excusa para que el caballero fumador le tocase la pierna, demostrando así la típica relación entre jefe y secretaria que ya había sugerido con anterioridad. El joven capitalista, no mostraba señales de exaltación ante ese tipo de relación vacía y sin bases afectivas, puesto que en su pequeña empresa había tenido encuentros parecidos con sus empleadas. Este joven tendría aproximadamente unos treinta años, pero su precaria juventud es en la que me baso para mencionarlo como el más joven de los tres. Vestía al igual que el fumador un incomodo terno de color oscuro y junto a su silla descansaba un maletín con cosas que sólo él entendía y podría aplicar. El no fumar era una característica que no encajaba con su personalidad, la razón de su desprecio hacia la nicotina no es sabida, pero si puedo asegurar que el no haber probado nunca el cigarro era una falacia, pues aún recuerdo haberlo visto caminando en las noches de Miraflores, dirigiéndose a su casa y haber buscado con una mirada desesperada una pequeña tienda para comprarse un delgado cigarrillo blanco, luego de comprarlo lo prendía en seguida y tras botar la primera bocanada de humo y guardado ya su encendedor, caminaba más tranquilo hacia su casa, no podría asegurar el porqué de su mentira, pues al igual que la dama y el fumador, eran extraños para mi, e incluso entre ellos mismos lo eran.
El hombre no fumador, era un liberalista, un joven empresario como lo llamarían muchos, trabajaba a unas pocas cuadras del café y no mantenía una relación amorosa estable hacía mucho, se excusaba con su falta de tiempo, pero tanto la dama como el caballero fumador sabían muy en el fondo que se trataba de una falta de intimidad y de una timidez constante. Era un lector activo y solía acabarse libros con rapidez, mantenía contacto con unos pocos sujetos de la mafia limeña, pero no mantenía relación constante con alguien en especial, sólo con la dama y el fumador, que seguramente no eran apreciados por él, pero a falta de amigos, están los compañeros y sus acompañantes en el café de la tarde eran ellos.
La dama de lujosas pulseras era la secretaria del hombre fumador, no solían mantener relación fuera de la oficina, pero si solían mantener esa intimidad entre jefe y secretaria que algunas veces se puede percibir, no eran ni siquiera amigos, pues no se comentaban sus problemas ni había ese interés del uno por el otro, pero si era una buena costumbre el llegar a la oficina y saludarse con un beso que no corresponde.
Una corta brisa pasó entre los cabellos de la dama, movilizándolos, haciéndolos volar con el ritmo que seguían las cenizas del cigarro que el fumador hacía brotar con un movimiento de dedos casi invisible, y el verla con los cabellos alborotados fue suficiente excusa para que el caballero fumador le tocase la pierna, demostrando así la típica relación entre jefe y secretaria que ya había sugerido con anterioridad. El joven capitalista, no mostraba señales de exaltación ante ese tipo de relación vacía y sin bases afectivas, puesto que en su pequeña empresa había tenido encuentros parecidos con sus empleadas. Este joven tendría aproximadamente unos treinta años, pero su precaria juventud es en la que me baso para mencionarlo como el más joven de los tres. Vestía al igual que el fumador un incomodo terno de color oscuro y junto a su silla descansaba un maletín con cosas que sólo él entendía y podría aplicar. El no fumar era una característica que no encajaba con su personalidad, la razón de su desprecio hacia la nicotina no es sabida, pero si puedo asegurar que el no haber probado nunca el cigarro era una falacia, pues aún recuerdo haberlo visto caminando en las noches de Miraflores, dirigiéndose a su casa y haber buscado con una mirada desesperada una pequeña tienda para comprarse un delgado cigarrillo blanco, luego de comprarlo lo prendía en seguida y tras botar la primera bocanada de humo y guardado ya su encendedor, caminaba más tranquilo hacia su casa, no podría asegurar el porqué de su mentira, pues al igual que la dama y el fumador, eran extraños para mi, e incluso entre ellos mismos lo eran.
1 comentario:
Bien, Amenaza. Préndete otro pucho, acaba tu café y sigue esribiendo.
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