Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

25 febrero, 2008

Sobre los cigarrillos...

Otra vez salí a por un cigarro a la una y media de la mañana, últimamente parece ser la hora perfecta y exacta para salir a buscar el cigarro por unidad, rojo y barato. Soy estudiante así que aspirar al Lucky me es un poco difícil, me conformo con los clásicos y con la media cajetilla, pero eso si, siempre los rojos. Si puedo decir algo de los cigarrillos es eso, siempre fumé de los rojos, nada de mentol ni sabor a canela, ni light.

La primera vez que fumé, fue probablemente en los primeros años de secundaria, pero fue en afán de jugar a ser grande, una tarde traviesa con amigos del colegio, todos seguramente lucíamos pequeños y rechonchos, con una sonrisa de niño atrevido que se las sabe todas, y con un cigarro en la mano, que de seguro no encajaba en el cuadro, pero así siempre se empieza, al menos hoy en día todos deben haber empezado a fumar con anécdotas un poco tontas y vergonzosas, pero ese no fue el inicio de mi tabaquismo prematuro, éste empezó a los catorce años, cuando un amigo mío, me dio a sujetar su cigarro mientras él se ataba las agujetas, entonces le di una pitada después de mucho tiempo, fue uno de canela si mal no recuerdo, un cigarrillo negro con un hilo dorado que separaba el tabaco del filtro, me gusto el dulzor de los labios luego de la primera pitada, aunque el golpear el humo en el pecho, no era una idea muy placentera que digamos, pero con el tiempo se fue convirtiendo en compañía fiel mientras esperaba el autobús o cuando caminaba por la calle y me olvidaba mi reproductor de música; luego pasando a otros niveles de adicción, fumaba luego de comer y antes de dormir; finalmente pasé al tercer y último grado de adicción al tabaquismo que es el no poder hacer nada sin un cigarro en la boca.

Pasado un tiempo de empezada mi adicción, el amigo, quien junto a mí comenzó a fumar a diario, me comentó que hacía mucho tiempo un amigo suyo le dio a sostener su cigarro mientras éste se ataba las agujetas, pero fiel a su educación religiosa no dudó en no probar el cigarro, con el pasar del tiempo las fiestas y reuniones lo hicieron fumar aunque poco, y luego decidió repetir la jugarreta, pero ahora conmigo. Caí. Solo atiné a reírme al escucharlo.

Los meses fueron pasando, y poco a poco probamos diferentes cosas, cigarros con lo mejor de tabaco negro, que terminó siendo malísimo a mí parecer, luego probamos muchísimas marcas diferentes, con el ánimo que presenta un agnóstico al buscar diversas fuentes de fe. El puro no tardó en ser probado, donde encontramos uno de los mayores placeres. Pronto nos vimos sentados en la mesa de un café conversando con nuestro par de puros en la mano y alucinándonos como gánsters planificando el siguiente golpe. La cabeza te juega difíciles pasadas cuando de un vicio se trata, eso yo lo sé.

Una que otra vez me he visto en la situación de tener que prender los cigarros que horas antes había aplastado contra el cenicero fastidiado por haber durado tan poco, una que otra vez que no encontré un maldito quiosco a las dos de la mañana por mi casa y cuando no tenía dinero suficiente para comprarme media cajetilla en el grifo. Hay momentos de extrema pobreza. Y una vez, sólo una prendí un cigarro que estaba en el suelo cerca de una banca de parque, que no era mío, pero fue por una apuesta, no he llegado aún a tal nivel de ansiedad como para olvidarme tanto de mi dignidad.


Enamorado en sueños

Mi tarde es fría y opaca,
rodeada de un aire triste y mortal.
Las mañanas en bicicleta, bajo el sol de ayer,
se han vuelto melancólicas.

El humo de los carros, asesinan
al césped de los parques de la ciudad,
y las miradas azules y rápidas,
me insultan y ofenden.

Mis tardes de color pardo,
desprenden un aroma a incienso
y café recién pasado,
y traen a mi mente recuerdos.

Hermosas melodías en un violín,
que era tocado por una dulce y fina mujer,
que desnuda esperaba,
en una silla sentada.

Esos eran mis sueños,
de aquella hermosa mujer,
que en mi mente descansa y
sólo en noches aparece.

Las mañanas y tardes giran
muy lentas, y junto al reloj espero
la luna y el sueño,
que son el camino a mi amada.

En sueños me he enamorado,
y no encuentro forma de besarla,
siempre me mantengo a distancia y
tengo sólo la oportunidad de contemplarla.

La locura aguarda detrás de ella,
la impaciencia me invade
y sólo me queda dormir,
y sólo con verla me tendrá que bastar.

22 febrero, 2008

El café burgués II



El café no era de su agrado, seguramente afirmaría nunca haberlo probado, las gigantescas nubes blancas y grises cubrían sus pensamientos más utópicos, bajo la noche de luna amarilla caminaba, vistiendo de negro y fumando de blanco lucky. El aire masajeaba su cabeza suavemente, humedeciendo sus cabellos como sólo la brizna miraflorina sabe hacerlo.

No llevaba ni sombreros de copa, ni terno, ni celular, ni reloj, todos estos complementos de esa falsa apariencia descansaban sobre su cama mal tendida, en su pequeño departamento de san isidro y perteneciente a una calle no muy transitada y bastante iluminada, el paisaje iba cambiando, mientras el hombre caminaba con aquel paso acelerado de empresario, se dirigía al café, pero no por uno, quería un trago amargo y frío, que desgarre junto al humo del cigarrillo su garganta. Era un viernes si mal no recuerdo, un viernes de llovizna gris y de trabajo acelerado, un viernes digno de vestir un gabán negro de bestseller neoyorquino.

Por su forma de fumar se podría afirmar que le gustaba hacerlo hasta sentir el plástico del filtro quemar su garganta, y luego de un trago de ron y del inevitable gesto de dolor y asco, tocía un poco y dejaba salir el humo con suavidad por la nariz. Acto seguido del hombre no fumador, era el pasar su mano por la cabeza, queriendo desgarrarse el cuero cabelludo, del que cuidaba tanto en las mañanas antes del trabajo, con un semblante de hombre insatisfecho llamaba al sujeto de corbata pequeña que seguramente había visto en tarde de café, le conversaba un poco acerca de la música y de la gente que asistía al local, pero al no poder entablar esa conversación espontánea que tanto había deseado, con cierto desprecio y arribismo le pedía otro trago, aprovechando su calidad de cliente y lo apuraba un poco, como para guardar las distancias y no mostrar debilidad, quedándose nuevamente solo, él, su cigarrillo blanco y su cenicero casi lleno.

Veía con desdén la mesa donde pocas horas antes había estado con una dama y caballero bebiendo café. Su mirada caía y con una sonrisa burlona recordaba los tontos comentarios que se suelen dar cuando la charla no sabe a donde ir a parar. Miraba el suelo, la luna, la mesa, su mano sujetando el cigarro y luego el ron, su pupila deseaba bailar pero su perfil de empresario lo anclaba a estar sentado sin poder decir nada, se cuestionaba sobre el momento exacto en que su vida tranquila y espontánea había llegado a convertirse en aquel tipo de vida cargada de rutinas y suaves brisas invisibles vacías de toda amistad que no esté ligada a ninguna conveniencia.

Pasadas un par de horas, el no fumador seguía sentado sobre la silla, sin mover más que la mirada y su brazo que con un infinito sube y baja depositaba las cenizas y aspiraba fuertemente, había analizado su situación en los últimos años y notó que esa no era la clase de vida que quería mantener, entonces fue cuando recordó que el fin de semana pasado se había encontrado en la misma situación. Bebió el último trago de ron, botó la última bocanada de humo, pidió la cuenta mientras aplastaba el cigarrillo contra el cenicero, y luego se marchó del café sin hacer ningún cambio y considerando todas esas horas de meditación existencial como otra rutina más, sin arriesgarse a ninguna mudanza de perfil pasó por entre avenidas y llegó a su calle no muy transitada pero muy iluminada de san isidro, entró en su departamento y recordó que la semana pasada había terminado todo igual y que nada cambiaría por más que lo meditase.

Los he visto

Los he visto, escondidos y en grupos,
de ropas negras, tratando de esconder su raza,
de barba larga y ojos hundidos

y poseedores de una fría y calculadora mente.

Y mientras asesinan más devotos se creen,
todos hermanos de sangre y creencias,
todos ambiciosos también,
y victimas de numerosas conspiraciones.

Bajo sus peladas cabezas,
los deseos más sucios se pueden esperar,
siempre indecentes y desgarbados,
sabios, cohibidos y mutilados.

En el suelo de la sociedad
y sobre ella también,
aparentando ser victimas,
escondiendo su rostro culpable.

Muchas veces excluidos,
Están por todas partes y sin rumbo,
trayendo nada más que problemas al mundo.
por la busca de más poder.