Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

31 octubre, 2015

Pimaq


Estaba anocheciendo cuando Pimaq apresuró el paso, agitado y cubierto de una película de sudor, llevaba consigo un saco de tela con un roedor pequeño y dos lagartijas en su interior, la cacería de toda la tarde le diría a su hermano llegando a casa y le sonreiría, su tío de seguro se burlaría de él, pero no importa, a Pimaq le gustaba robarle una sonrisa a su viejo tio, últimamente ya no salía ni a montear, estaba todo el tiempo en la chacra y decía que ya no necesitaba cazar más y que de sus legumbres y papas podía comer hasta embutirse. Oyó ladridos no muy lejos, entre los árboles - perros salvajes – dijo en su cabeza, la idea de verse devorado por las bestias del bosque le tomó la mente por asalto, estaba ya muy cansado y un dolor le latía en el costado del vientre, no tenía más que una onda y un cuchillo de piedra afilada, había tenido demasiada suerte al cazar sus pequeñas presas, aunque a él le hubiese costado admitir. Había buscado animales durante horas, pero sus torpes píes pisaban tanta rama y hojarasca crujiente como podían y no conseguía más que espantar a todas sus presas. No fue hasta que estuvo arriba de un árbol, y muy adentrado en el monte, que tuvo la paciencia suficiente para quedarse un instante quieto, a escuchar al bosque y desde lo alto oyó y luego pudo ver al roedor que bajada de un árbol vecino y olfateaba la hierba recogiendo semillas, respiró muy despacio y puso la piedra entre el cuero e hizo girar la soga en su mano, hasta que agarró velocidad y con un disparo silencioso y mortal mató al roedor, iba a bajarse a recogerlo cuando vio a una lagartija asomarse de entre las piedras, volvió a relajarse, cubrió la piedra por el cuero y comenzó a girar la cuerda, el disparo falló y la lagartija se alejó, no lo suficiente, pues un segundo disparo le dio en toda la cabeza, la segunda lagartija se tardó un poco más que la primera, y cuando intentaba darle a un ave que se había posado sobre una rama cercana, notó que el sol ya se ponía y eso solo significaba una cosa correr de regreso.

Se había adentrado tanto en el bosque y se había tardado tanto en cazar que se hacía de noche y no le iba a alcanzar el tiempo para regresar con luz, eso no sería un problema real en el pequeño bosque de moras que estaba cerca del pueblo, pero en medio del monte el joven Pimaq corría el riesgo de encontrarse con pumas, perros salvajes, serpientes, jabalíes, hasta las malditas arañas son un problema aquí – Pensó a la par que se estremecía al ver en el árbol una gigantesca araña del tamaño de la palma de su mano, bajó de inmediato, sin pensar guardó sus pequeñas presas y comenzó a correr monte abajo, con los pies de costado para no caerse de bruces.      

El bosque comenzaba a llenarse de sombras, y de ruidos, insectos nocturnos chillaban desde todas partes, cuando el último de los reflejos del sol dejó de entrar de entre los árboles, los ladridos aumentaron. El chico no paraba de correr, en un instante y por el dolor del vientre que le latía fuertemente se detuvo a respirar, agarró una rama de madera, alta como un cayado y de pronto oyó entre los árboles como un golpe seco, un sonido similar al que hizo su piedra al romper el cráneo de la lagartija. Inmediatamente el chico comenzó a caminar rápido con el fin de no hacer ruido y luego a correr más deprisa que antes incluso, no había ningún camino y las sombras lo cubrían todo del mismo manto negro, y no quería detenerse para hacer fuego, se iba a tardar y quien sabe qué demonios traería el fuego. Siguió a oscuras, aunque él sabía muy bien que no iba a llegar muy lejos sin ver, y que no faltaría mucho para que esté pisando sus propias huellas y corriendo en círculos. La sola idea de estar corriendo muerto de miedo y en círculos como un idiota le hirió el orgullo y juntó fuerzas para detenerse y hacer fuego.

Por suerte en su saco tenía también la piedra roja que le había dado su tío, de solo pensar en él lo extrañaba y la hoguera, y las paredes de su casa. Hizo una montañita de hojas secas puso la piedra roja encima y le dio golpes con otra piedra. Tac, tac, tac se oía entre los árboles, y de donde las piedras chocaban salían chispas, pero nada suficiente para prender las hojas. Hicieron falta muchos golpes más para que una chispa le dé a la hoja con fuerza suficiente, luego un humito tambaleante comenzó a salir y después las primeras lenguas de fuego que iluminaron una sonrisa de satisfacción en la cara de Pimaq, se encargó de alimentar el fuego y de hacer hacer atados robustos de hojarasca, con su cuchillo de piedra cortó en tres un extremo de la rama que había recogido, desgarró la madera e introdujo uno de los atados de hoja, la presión de las tres ramas lo sujetaba fuertemente, guardó los atados de hoja en su saco junto a las lagartijas y el roedor pequeño, su barriga le dio un fuerte crujido y decidió acercar al roedor un poco más al fuego que se alzaba alto, más de lo que Pimaq hubiera querido, pero habían hojas por doquier. Una vez calentado el roedor, y cuando la fogata improvisada iba perdiendo forma y fuerza, se alejó con su antorcha de hojas y mascando el roedor, la carne era tierna aún, y su barriga se retorcía de hambre así que al chico le supo a gloria.

Escupía los huesos del roedor y había tenido que poner ya el segundo atado de hojas en la antorcha, cuando escuchó algo que le seguía los pasos, Pimaq iba tan rápido como podía y evitando que el viento le baje el fuego, aceleró el paso, pero volvió a escuchar que le seguían los pasos, no estaba seguro cuanto tiempo faltaba, pero sí de que iba por el camino correcto, sólo hay que ir de frente – se dijo – solo de frente, lo más rápido que pueda para aprovechar la antorcha pero no tanto como para apagarla, y si me quedo sin fuego, tendré que ir más rápido aún. Debe ser un maldito perro salvaje, tengo el pellejo del roedor, con eso puedo distraerlo supongo, aunque pensándolo bien se lo tragaría sin más y luego se abalanzaría hacía mí, maldita sea – apretando con un puño la antorcha y con otro el cuchillo, el chico muerto de miedo bajó tan rápido como pudo y cada vez que desaceleraba el ritmo escuchaba que le seguían los pasos, y era un sonido que al principio no supo diferenciar con claridad, pero luego no lo podía dejar de oír, lo que sea que haya sido tenía un andar aletargado, como si arrastrase un pie, por instantes se oía muy cerca y otras veces lejos, pero no le estaba ganando ventaja por más que él corriese - no podía ser cierto, almenos que sea un maldito puma, esos son silenciosos y puede que corra con pies de algodón, y luego asechar con un paso lento como aletargado, solo tengo que ir de frente, monte abajo.


De tanto correr el último de los atados de hoja se estaba por apagar y recién comenzaba a consumirse, los pasos le ponía la piel de gallina, pero no como cuando vio a la araña, nada más oír los pasos se le helaba la espalda, Pimaq hubiese querido hacer ruido con las pisadas con tal de no oír más a su perseguidor, pero no podía, avanzaba cuesta abajo casi a saltos, cuando el camino se dejó de ver, la oscuridad había regresado y la llama de la antorcha agonizaba. Corrió un rato más hasta que sintió que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, y prefirió botar la antorcha, ya reducida a brasas y hojas quemadas y a medio quemar,  que más que iluminar, brillaban. Verse sumergido en la oscuridad le heló la columna y la nuca, avanzó a saltos, esta vez sin parar a respirar y cuando estaba a punto de caerse al suelo todo se despejó y los árboles se acabaron, a unos pocos metros yacía el pueblo, unos segundos después de haberlo cruzado pudo detener a sus piernas que por inercia habían continuado cuesta abajo varios metros. Respiró y más tranquilo volvió hacia atrás, y al ver los árboles el miedo regreso, la piel de la columna y la nuca se le erizó de nuevo y corrió hacia el pueblo.      

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