Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

25 agosto, 2008

Crónicas. I


Hoy, la noche sangra en todas sus horas, y no existen más aquellos vientos helados que lo paralizan todo. Hoy el ambiente no se puso asquerosamente cultural, ni los aires de escritor precario me han venido tan bohemios, como siempre lo hacen o lo han sabido hacer hasta ahora. Hoy los segundos eternos parecen haber culminado de una buena vez, e instantes antes de recobrar el conocimiento por completo, exterminé la sombra de aquello que como una mancha deshonraba continuamente mi ser. Hoy, como otros días, pero con seriedad legítima, entierro a pocas cuadras de mi casa numerosos recuerdos.

Marco hitos por costumbre a lo largo de todo lo que me ocurre, pero hoy, no muere ninguna otra parte de mí, no se queda en ninguna otra pequeña zanja, que mi cabeza confundida crea esperando dejar atrás el problema, hoy no dejo caer retazos de lo que pude ser, por todos lados. Hoy, como nunca he hecho, me dispongo a no dejarme perder entre los espejismos de sentenciado, y enfrentando la corriente de lo frecuente, pretendo leer mis memorias más recordables y recuperar lo poco que puedo de mí, dejando para siempre los arquetipos que intenté adaptar.

Hoy realmente me gusta lo que veo en sus ojos, que me miran con mayor luminosidad, cuando la beso y cuando me dejo perder en ella. Hoy descanso la mirada, que acompañada de una sonrisa infantil, buscan ansiosas encontrar el vaso medio lleno a todo, mientras que el pecho me golpea con fuerza, pero ahora sólo por amor. Hoy la psicóloga me sonrió un poco más de lo normal e inclinando la cabeza ligeramente hacia la izquierda, me dijo que la terapia estaba siendo bien llevada.

01 agosto, 2008

El terror y la rosa...

Como un perro se arrastraba entre la sangre y los restos de cuerpos, que tirados por doquier se dejaban comer por los gusanos. Jadeaba por el desenfreno que parecía acabarlo por completo, con temblores avanzaba a paso serpiente hasta la frontera del murmuro, donde el silencio daba sus brutales mordiscos. Sangrando y babeando continuaba el camino, siguiendo el rastro de suplicios y pedazos de hombre.

La sed asesinaba al engendro, que aceleraba la respiración, queriendo encontrar algo de vida que arrancar sin piedad, entre sus interminables grietas de sombra, sobre la acera.
Con tierra en las uñas, y con colmillos amarillos, cerraba un poco los ojos sombríos carentes de aquel brillo único de luna, mientras su penetrante gruñido se extendía sin terminar por toda la ciudad, que en llovizna de fuego se calcinaba como sólo sabe hacerlo un hombre expuesto al terror, en estos, sus años de mayor poderío.

Trozos de edificios en escombros, gigantescas pilas de destrucción y charcos de sangre sin fondo, el aire se iba bañando con aquel, el olor de sangre al oxidarse, el aroma del infinito frenesí, perfume de asesinos y de salvajes terrores. La bestia se extendía por toda la ciudad en llamas, hasta un pequeño rincón de una habitación a medio destruir, en una delgada grieta en el suelo, de donde brotaba una pequeña rosa, que por defenderse de la salvaje bestia, nació con espinas. Y con ésta, nació toda una larga y nueva historia.




Entonces volvió a preguntar, nunca renunciaba a una pregunta una vez que ya la había formulado en su pequeña cabecita rubia. Yo, encontrándome irritado respondí cualquier cosa:

- Las espinas no sirven para nada. Son pura maldad de las flores.