Con éste, uno de los últimos cuatro cigarros que me quedan, tratando de sobrellevar la noche, de brillo lunar, y reflexionando sobre mi origen, llego otra vez a la desenfrenada conclusión de que soy uno de los últimos esteparios que habitan por éstos lares, los cafés para locos ya no existen, los hoyos pequeño burgueses van desapareciendo y se van agotando las masas de gentes poco interesadas de la vida, con la que me gustaba conversar, las noches lucen solas con mi compañía únicamente y el encanto de luna y mariposa nocturna parece ya no traer la inspiración, para aquellos que se hacían llamar escritores. Tiempos agitados, cafés instantáneos, cigarros con impuesto y letras sin sentido, eso aguarda la nueva noche bañada de sangre en la que me envuelto sin saber cómo.
Me he visto, en estas noches de ataduras y barrotes, perdido entre las paredes, que por más lejanas se encuentren las unas de las otras, el espacio sigue absolutamente vació. Será que así es la vida de uno de los míos, será que todos atraviesan el mismo transe desolado. Que la araucaria no regala sonrisas, que las canciones no despiden escenarios que describir, que todo se encierra en una cárcel carente de paredes rectas, carente de esquinas, una cárcel mental, absolutamente abstracta como para no poder huir de ella, perfecta y de alguna manera tan interna como para no poder alejarse lo necesario. Deben ser los demonios de los que he oído, y de los que no he podido compartir con otros, de otra forma que no sea ésta.
La lucha con el lobo y el príncipe meditabundo, me paraliza sin saber si me encuentro errando o acertando en las decisiones. Se va desapareciendo lo preciado, lo ideal, en la sombra de las paredes, de las callejas oscuras, lo cubre en sangre, de olor fétido canino, que iluminado por brillo de la luna, en un eterno estallido se hunde, en el precipicio de un aleph olvidado, en el aullido desaforado que emite el lobo harto de este, el cuerpo humano que lo contiene. Y entre lo absolutamente mágico y ocasional que resultan todas las respuestas del ser, del estar y del que hacer. Y el logaritmo de lo perdido entre el recuerdo y el destino, que da píe a otro vómito de variables encriptadas, y del charco de sangre de la nueva víctima que he cobrado por la envilecida verdad que se ve cada vez más lejana y con más de esa bruma blanca paralizante.
Vuelvo en mí, dejó caer el cuchillo y dejo también la apariencia del mamífero aullante, observo el cuerpo asesinado y cayendo hacia atrás, en un tiempo aún más infinito que la locura que me rodea, ruego por no hundirme en otro falaz océano de acertijos sin salida.
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