
Me había aventurado a salir solo del hotel, me hospedé en la calle Perú, lo recuerdo con gracia, no conocía Buenos aires y tenía cierto miedo a perderme. Me dirigí a la plaza más cercana a tomar un café expreso americano.
La plaza Borrego, con sus pajaritos verdes, amarillos, rojos, grises y si mal no recuerdo, me pareció ver uno, entre el ajetreo del vuelo, medio azul. Caía una suave llovizna, y una niebla no muy espesa. Los taxis no llegaban a malograr la vista. Se veía el verde del parque y aún no llegaba la multitud de personas que generalmente paseaban por la tan nostálgica placita. No recuerdo la fecha con exactitud, pero si recuerdo, perfectamente estar sentado, con una servilleta extendida, por si me daban esas ganas de escribir. No hay mejor recuerdo de un lugar, que lo que ahí se escribió. Y con ese pensamiento, mientras prendía un cigarro y bebía mi café caliente esperé poder escribir algo.
Huí de mi Miraflores, de mi Lima, de mi Perú. En ese tiempo, y es lo que recuerdo, Gabriel enfrentaba lo duro que es aceptar una relación abierta, y lo que esto implica, como no sentir celos, ni amor, no confundir sentimientos, entender todo el tiempo que se trataba de una amiga, no confundir caricias, no oler mucho su perfume, no enredarse en su cabello. Besarla y no acostumbrarse. ¡Maldita sensación! Lo creí sensato, terminaba una relación relativamente larga, y no me pareció adecuado seguir en lo mismo. Nunca fui sensato, nunca tomé decisiones bien pensadas. Acepto y luego me enfrento a las consecuencias. ¡Maldita ansiedad! Estaba demasiado destruido como para escribir supongo, pero viéndome ahí, sentado en el café con la servilleta extendida, dejando en parte las penas en el norte, me sentí un poco bien, un poco independiente, un poco yo, un poco solo y no una soledad triste, vacía, era una soledad cargada de mí y me agradaba. Me vinieron por un par de semanas esos buenos aires de autosuficiencia. Y tuve que enfrentar un rompimiento más, sin haber empezado algo realmente, algo seriamente.
Me dijiste que tenías ese miedo, ese miedo de empezar algo con inseguridad, y yo te dije que era un poco un valiente, ¿Lo recuerdas? ¡Ja, vaya valentía la mía, maldición!
No escribí nada, me sentí muy bien, ahí solo y tomando café en tierras ajenas, como para recordar lo duro que había sido largarme por un tiempo, y dejarte ahí, sola y esperando algo de mí. Algo de seguridad de repente.
La plaza Borrego, con sus pajaritos verdes, amarillos, rojos, grises y si mal no recuerdo, me pareció ver uno, entre el ajetreo del vuelo, medio azul. Caía una suave llovizna, y una niebla no muy espesa. Los taxis no llegaban a malograr la vista. Se veía el verde del parque y aún no llegaba la multitud de personas que generalmente paseaban por la tan nostálgica placita. No recuerdo la fecha con exactitud, pero si recuerdo, perfectamente estar sentado, con una servilleta extendida, por si me daban esas ganas de escribir. No hay mejor recuerdo de un lugar, que lo que ahí se escribió. Y con ese pensamiento, mientras prendía un cigarro y bebía mi café caliente esperé poder escribir algo.
Huí de mi Miraflores, de mi Lima, de mi Perú. En ese tiempo, y es lo que recuerdo, Gabriel enfrentaba lo duro que es aceptar una relación abierta, y lo que esto implica, como no sentir celos, ni amor, no confundir sentimientos, entender todo el tiempo que se trataba de una amiga, no confundir caricias, no oler mucho su perfume, no enredarse en su cabello. Besarla y no acostumbrarse. ¡Maldita sensación! Lo creí sensato, terminaba una relación relativamente larga, y no me pareció adecuado seguir en lo mismo. Nunca fui sensato, nunca tomé decisiones bien pensadas. Acepto y luego me enfrento a las consecuencias. ¡Maldita ansiedad! Estaba demasiado destruido como para escribir supongo, pero viéndome ahí, sentado en el café con la servilleta extendida, dejando en parte las penas en el norte, me sentí un poco bien, un poco independiente, un poco yo, un poco solo y no una soledad triste, vacía, era una soledad cargada de mí y me agradaba. Me vinieron por un par de semanas esos buenos aires de autosuficiencia. Y tuve que enfrentar un rompimiento más, sin haber empezado algo realmente, algo seriamente.
Me dijiste que tenías ese miedo, ese miedo de empezar algo con inseguridad, y yo te dije que era un poco un valiente, ¿Lo recuerdas? ¡Ja, vaya valentía la mía, maldición!
No escribí nada, me sentí muy bien, ahí solo y tomando café en tierras ajenas, como para recordar lo duro que había sido largarme por un tiempo, y dejarte ahí, sola y esperando algo de mí. Algo de seguridad de repente.
3 comentarios:
mmm cuando no tu con tus pastruladas!!!!....la verdad esq m encantooo!!y tendre q leer mas d lo q hay por aqui:P... aunq cmentar... no soy buena para eso:(
ahhhh!! me olvidava y porq no habia un pajarittooo moradooo????? jajajaja
no pud soportar el hecho q m odies!!! >)
wow Aldo Gabriell..!!! me encantoo!!!
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