Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

15 abril, 2009

El artista de los dos pinceles.



Todo se había dibujado con una acuarela suave, compuesta de ocres y grises oscuros, cubierta de sombras también. No recuerdo la hora que era en ese momento, pero la hora en la que se había llevado a cabo todo, al parecer había sido en la madrugada, las dos o los tres talvez, a esas horas, donde los artistas trabajan mejor que nunca, nadie lo sabía con exactitud. No había más manchas de lo necesario, había sido una de esas obras típicas de protesta, parecía que estábamos hablando del artista de los dos pinceles. Sinceramente me enorgullecí cuando noté la delicadeza que había tenido al llevar todo a cabo.

Todo era perfecto. Cada comentario del resto de espectadores me asombraba más, habíamos permanecido todos observando durante larguísimos minutos y a pesar de eso, habían detalles en cada centímetro cuadrado que nos maravillaba más y más. No estoy seguro si todos compartían mi concepción. Será que conozco al artista, me dije y volví la mirada al pasillo. Es que realmente no podía creerlo, era hasta el lugar perfecto, una antigua fabrica abandonada y justo en el complejo de oficinas, donde los ventiladores seguían prendidos pero sin ventilar a nadie, donde había un par de focos que prendiéndose y apagándose se quedaron durante días, el lavamanos del baño con el tuvo de abasto agujereado y goteando. Una de las puertas, si mal no recuerdo la de la oficina del supervisor, daba en ángulo recto al ventilador y se abría y cerraba, por el viento, dándose de rato en rato y contra la pared fuertes golpes que lo paralizaban todo.

Levanté aún más la mirada, cuando un espectador reconoció al instante la mano del artista, me sentí realmente como el padre orgulloso de su hijo, al ver que su trabajo estaba siendo reconocido. Saqué en ese instante un delgado pañuelo del bolsillo de mi gabán, me saqué las gafas y limpié los vidrios, mientras me ponía en cuclillas para acercarme un poco más a la obra. Prendí un cigarro y lo disfruté como pocas veces se dejan disfrutar los cigarros.

Éramos como veinte sujetos, contándome, todos habíamos venido igual de rápido, sólo que yo, de seguro el único vine mentalizado y esperando ver lo que encontré. De los veinte que estuvimos ahí aquella vez, quince o catorce habían llegado por curiosidad y por constatar si era cierto lo que tanto se había dicho, sólo cinco a seis lo conocían y cinco o seis pensaban que se trataba de un asesino algo desenfrenado. De esos cinco a seis, sólo yo me sentía orgulloso.

Estoy seguro que pasó tal como lo imaginé.

Se había sentido un poco cansado, un poco mareado, desde que salió de la oficina y comenzó a caminar por el pasillo, hasta el baño, pero entonces un agudo dolor de cabeza lo detuvo, volvió a todos lados, hasta que lo vio, aparecer como un espectro, rápido y feroz. Intentó pararse derecho para defenderse si es que intentaba algún ataque, pero la droga ya surtía efecto. Un lobo pareció. Tenía los colmillos afuera y una sonrisa alocada, el cabello despeinado y su rostro pálido solo dejaba ver sus ojos, aún más penetrantes que el par de cuchillos que tenía en las gigantescas manos de minotauro.

En un instante la neblina, la oscuridad, los pasillos largos, el aire del ventilador, transformó todo en un laberinto, y la bestia rodeaba al hombre asechándolo, quiso correr, pero un mal paso lo hizo tambalear. La bestia reía a todo volumen y sus gritos rebotaban muro a muro, se fue acercando, poco a poco con la cabeza inclinada hacia la izquierda y la boca abierta.

El espectro, la bestia, el asesino, el porta puñal, el asechador, se iba aproximando a la victima sin decir más que gritos sin sentido. Era la sed, estoy seguro, y fue el miedo que hizo que el hombre tratase de correr y cuando cayo al suelo se arrastró por el infinito pasillo, entonces fue cuando la bestia saltó como el lobo que era de frente a la garganta, y con los puñales le perforó el vientre una y otra vez, hasta escuchar el choque del metal contra el suelo y dejando que la sangre manché las paredes y su rostro, luego soltó uno de los cuchillos y agarró el cuello de su ya destripada victima, y sintió la yugular correr a toda prisa, y mientras con el brazo derecho le iba haciendo cortes a lo largo en todo el pecho. Poco a poco iba sintiendo con el dedo pulgar izquierdo, como la arteria se iba deteniendo, y con ésta las respiraciones de ambos. Los chorros de sangre caían en ambas paredes y el suelo era una piscina por completo.

Dejó los ocres intactos, las sombras se fueron dibujando mientras los focos se iban prendiendo y apagando, el aire se encargó de esparcir el olor a sangre, ese olor similar al oxido, y el pasillo modeló los charcos rojos por todo el complejo de oficinas. Firmó con los dos pinceles en el rostro de la victima y desapareció junto con la bruma.

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