Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

22 abril, 2009

Las mariposas grises.

Dicen que las polillas halcón traen la muerte en sus alas, en su vuelo.

La madera crujía como cruje el cielo en noches de tormenta, iba amenazando el infierno y los fuegos, que se habían transformado en braza ardiente, convertían todo en ceniza. El humo que bailaba a ritmo natural, por todos lados iba dibujando historias y canciones, el papel quemado trazaba una línea negra dividiendo lo quemado de lo por quemar. Troné los dedos y mil polillas, se elevaron por los aires, mariposas de luto, mariposas de la noche me rodearon sin darme cuenta.

Mis labios estaban tan secos que no tenían ganas más que de besarte otra vez, como cuando me besas al despertar. Hoy soñé con tu boca, soñé que me sumergía y zambullía a mi antojo, que navegaba en una fragata sin mayor rumbo que el que tu me digas. ¿Por qué será que me gusta tanto abandonarme en tí? Hoy soñé con tu boca, y la brisa que movía las velas de mi embarcación era tu perfume, tu olor. Soñé y soñé que me ahogaba cuando la fragata se tornó en almohada y el mar en edredón, desperté ahogado cuando me vi, estirado en una cama vacía, sin sorpresas, sin sonrisas.

Volví al infierno de los papelillos quemados y de la braza ardiente. Aceleré mi corazón una vez más con uno de esos cigarrillos con los que suelo morir un poco, con los que suelo ahogarme y resignarme a medias. Ni siquiera por completo, que es aún más tormentoso. Me envolvieron otra vez esas mariposas grises de muerte, y creí abandonarme en tu pecho. Ayer creí que el vacío era por fumar sin desayunar, hoy sé que no es ese tipo de vacío.

Muero un poco cada día sin ti.

16 abril, 2009

Crónicas. VI


Uno suele mentir, y ser un poco cobarde, suele reír más e imitar voces, le encanta ser un poco escandaloso y actuar un poco tonto, le encanta enamorarse y ser completamente dependiente a sus sensaciones y sentimientos, que aunque parezcan, no son lo mismo. Le gusta contar sus cosas y no fuma más de lo necesario, canta Lafourcadas y Venegadas, una que otra de la Chilanga banda.

Es un poco niño, le gusta salir, y tener una melliza, le gusta tomar guaraná helada más no alcohol, le gusta escribir un poco a su idioma, e interpretar todas las cosas a su modo, medio fantasioso, relaciona todo de alguna forma mezclada que sólo él entiende. Hacer muecas y sacar la lengua, reír todo el tiempo y animarse como él sólo sabe hacerlo. Le encanta recordar que en algún momento prometió casarse en una iglesia y pensar en sus hijos y en su preciosa señorita.

Todo esto dura, dura lo que dura una fantasía, piensa luego y con éstas palabras se declara como Aldo, el pesimista, el que vive para él y con el único objetivo de crecer materialmente. El que maldice a cada segundo, el que fuma de más, el que no disfruta las cosas y hace todo apuradísimo, por que su tiempo siempre vale más, más que cualquier otra cosa, así se la pase viendo a un puto ordenador sin tener más que poder escribir en éste el blog que comparte con Gabriel, el mellizo.

Sabe muy poco de la vida, y odia esos, los libros que leen a menudo sus padres de superación personal, odia a la gente disforzada y a aquellos que se pasan la vida hablando estupideces, cree tener la gran capacidad de escribir y de diseñar, y no le interesa el resto. A menudo manda a sus amigos a la mierda, por creer que no valen la pena, o por creerlos superficiales. Ama el café y el trasnocharse, en busca de que algún brillo lunar le regale el sentido a la vida.

Yo, que creo conocerlo bien, podría decirte que es un guerrero, anacoreta, un bohemio eternamente somnoliento y en busca de la fantasía, de alguna verdad absoluta. Lo llamo Aldo, el pesimista, por el hecho de que está eternamente en la puerta de la libertad, de la felicidad, pero por no poder verse inferior a Gabriel, al que lo prosigue en nombre, descarta toda posibilidad de tregua.

A. ¿Pero son el mismo?

B. Si.

A. ¿Y cómo viven?


B. En guerra.

15 abril, 2009

El artista de los dos pinceles.



Todo se había dibujado con una acuarela suave, compuesta de ocres y grises oscuros, cubierta de sombras también. No recuerdo la hora que era en ese momento, pero la hora en la que se había llevado a cabo todo, al parecer había sido en la madrugada, las dos o los tres talvez, a esas horas, donde los artistas trabajan mejor que nunca, nadie lo sabía con exactitud. No había más manchas de lo necesario, había sido una de esas obras típicas de protesta, parecía que estábamos hablando del artista de los dos pinceles. Sinceramente me enorgullecí cuando noté la delicadeza que había tenido al llevar todo a cabo.

Todo era perfecto. Cada comentario del resto de espectadores me asombraba más, habíamos permanecido todos observando durante larguísimos minutos y a pesar de eso, habían detalles en cada centímetro cuadrado que nos maravillaba más y más. No estoy seguro si todos compartían mi concepción. Será que conozco al artista, me dije y volví la mirada al pasillo. Es que realmente no podía creerlo, era hasta el lugar perfecto, una antigua fabrica abandonada y justo en el complejo de oficinas, donde los ventiladores seguían prendidos pero sin ventilar a nadie, donde había un par de focos que prendiéndose y apagándose se quedaron durante días, el lavamanos del baño con el tuvo de abasto agujereado y goteando. Una de las puertas, si mal no recuerdo la de la oficina del supervisor, daba en ángulo recto al ventilador y se abría y cerraba, por el viento, dándose de rato en rato y contra la pared fuertes golpes que lo paralizaban todo.

Levanté aún más la mirada, cuando un espectador reconoció al instante la mano del artista, me sentí realmente como el padre orgulloso de su hijo, al ver que su trabajo estaba siendo reconocido. Saqué en ese instante un delgado pañuelo del bolsillo de mi gabán, me saqué las gafas y limpié los vidrios, mientras me ponía en cuclillas para acercarme un poco más a la obra. Prendí un cigarro y lo disfruté como pocas veces se dejan disfrutar los cigarros.

Éramos como veinte sujetos, contándome, todos habíamos venido igual de rápido, sólo que yo, de seguro el único vine mentalizado y esperando ver lo que encontré. De los veinte que estuvimos ahí aquella vez, quince o catorce habían llegado por curiosidad y por constatar si era cierto lo que tanto se había dicho, sólo cinco a seis lo conocían y cinco o seis pensaban que se trataba de un asesino algo desenfrenado. De esos cinco a seis, sólo yo me sentía orgulloso.

Estoy seguro que pasó tal como lo imaginé.

Se había sentido un poco cansado, un poco mareado, desde que salió de la oficina y comenzó a caminar por el pasillo, hasta el baño, pero entonces un agudo dolor de cabeza lo detuvo, volvió a todos lados, hasta que lo vio, aparecer como un espectro, rápido y feroz. Intentó pararse derecho para defenderse si es que intentaba algún ataque, pero la droga ya surtía efecto. Un lobo pareció. Tenía los colmillos afuera y una sonrisa alocada, el cabello despeinado y su rostro pálido solo dejaba ver sus ojos, aún más penetrantes que el par de cuchillos que tenía en las gigantescas manos de minotauro.

En un instante la neblina, la oscuridad, los pasillos largos, el aire del ventilador, transformó todo en un laberinto, y la bestia rodeaba al hombre asechándolo, quiso correr, pero un mal paso lo hizo tambalear. La bestia reía a todo volumen y sus gritos rebotaban muro a muro, se fue acercando, poco a poco con la cabeza inclinada hacia la izquierda y la boca abierta.

El espectro, la bestia, el asesino, el porta puñal, el asechador, se iba aproximando a la victima sin decir más que gritos sin sentido. Era la sed, estoy seguro, y fue el miedo que hizo que el hombre tratase de correr y cuando cayo al suelo se arrastró por el infinito pasillo, entonces fue cuando la bestia saltó como el lobo que era de frente a la garganta, y con los puñales le perforó el vientre una y otra vez, hasta escuchar el choque del metal contra el suelo y dejando que la sangre manché las paredes y su rostro, luego soltó uno de los cuchillos y agarró el cuello de su ya destripada victima, y sintió la yugular correr a toda prisa, y mientras con el brazo derecho le iba haciendo cortes a lo largo en todo el pecho. Poco a poco iba sintiendo con el dedo pulgar izquierdo, como la arteria se iba deteniendo, y con ésta las respiraciones de ambos. Los chorros de sangre caían en ambas paredes y el suelo era una piscina por completo.

Dejó los ocres intactos, las sombras se fueron dibujando mientras los focos se iban prendiendo y apagando, el aire se encargó de esparcir el olor a sangre, ese olor similar al oxido, y el pasillo modeló los charcos rojos por todo el complejo de oficinas. Firmó con los dos pinceles en el rostro de la victima y desapareció junto con la bruma.