Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

27 febrero, 2009

Un tal Gabriel.


De un tal Gabriel, he de hablar, de un tal cafeinómano, adicto al cigarrillo y a la buena lectura. De un solitario talvez.

Caminaba como siempre, a paso rápido como saltando, con su boina negra y sus lentes oscuros, poco asqueado por el sol que despide el cielo en el mes de su cumpleaños. Se sentó en una banca de La Mar, a pensar un poco, a esperar que la hora de entrar a clases llegase, se sentó y prendió un cigarrillo como era costumbre, levantó poco la mirada y arribó el brazo sobre el respaldar.

Ambos sabíamos que ese lugar le gustaba, era como encontrarse con su "otro yo" por así llamarlo. Un tal Gabriel, que conocí una vez, parecía tener doble personalidad, y parecía encontrarse en el, talvez interminable, debate de personalidades siempre aquí, sentado en su banca de avenida no transitada. Todo se le dibujaba como un pequeño pueblo de sierra limeña, pues otro tipo de sierra no conocía. Todos se hablaban, todos se saludaban, todos trabajaban en el mercado y todos se ayudaban entre sí. Era como una de las comunidades a las que le hubiera encantado pertenecer cuando niño, pero ahora, con sus diecisiete años y de repente un poco más sensato, notó que el nunca pertenecería ese tipo de grupos sociales, unidos y trabajadores, ni tendría amigos por su casa, y si los tuviera, no compartiría sus cosas con ellos.

A Gabriel le gustaba sentarse en esa banca a observarlo todo, como testigo y le agradaba también un poco sentirse no cómplice, sentirse un poco intruso, un poco lejano. Le gustaba compartir el sentimiento de Haller en las gradas viendo la araucaria, le gustaba sentirse todo un lobo estepario, y me lo hizo notar varias veces. Le agradaba la vida pequeño burguesa, pero era demasiado desordenado como para mantener una.

Me comentó una vez que por ratos aborrecía mi presencia, y la de sus amigos, la de su enamorada incluso, en algunas circunstancias, me comentó que era demasiado egoísta como para escuchar al resto de gente y como para poder sentirse a gusto por mucho tiempo. Amaba su desorden, su desconfianza, su ansiedad, sus taquicardias, su vida solitaria. Le agradaba trabajar hasta las madrugadas y hacer sus cosas sin dependencia. Yo siempre pensé que tenía conflictos, pero era extraño, talvez no lo entienda nunca del todo.

Después de leer a Herman Hesse, entendí un poco el caso de Haller, y su conflicto con las dos generaciones, entendí a Gabriel en parte. Tenía un conflicto entre lo ideal y real también. Y es que lo he escuchado hablar de la vida totalmente desenamorado y decepcionado. Lo he escuchado insultar a todos y a sí mismo. Lo he visto ebrio y drogado. Lo he visto enamoradísimo y asqueado de todo. Y creo que muy en el fondo, siempre deseó tener su escondrijo subterfugio, su refugio solo para locos, su café-bar favorito cargado de bohemios y su marihuana mágica que lo haga huir un poco.

Conversando con él, llegué a verlo como un hombre seguro y totalmente hecho, pero a veces también como un niño que no sabe muy bien como actuar y que se equivoca en cada paso. Un niño que pide disculpas por cada cosa que hace y que esconde su rostro bajo la almohada muerto de vergüenza.

1 comentario:

Kiara dijo...

ehm.. :/
me gusta tu blog tb :) jaja! y sere la primera en comentar esta entrada :)woouju!

De un tal gabriel se poco. o quiza mucho!.. pero con lo que se basta! :)