Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

29 enero, 2009

Zoila Vigil.


"Hace algunas semanas ya que no veo a la
pobre Zoila. Con sus pequeños zapatitos
de taco, y sus ojitos ligeramente llorosos."


Caminaba por esas pobres cuadras de Miraflores, cercanas al malecón de Angamos y al comedor popular, esas cuadras que cargadas de mecánicos guardan miles de historias. Me venía yo apurado de mi casa, y con un cigarro sin prender. Agudicé los cinco sentidos, y si había un sexto, pretendía agudizarlo también. Cuando me vi relativamente cerca del local donde recibía mis clases, intenté encontrar a quien sea, que tuviese un cigarro prendido o un encendedor. Respiraba con velocidad, esperando sentir el aroma del humo de tabaco, observé las manos de toda la gente que pasaba cerca, para notar si llevaban un cigarro entre los dedos.

Así me pase dos cuadras hasta que percibí el olor del humo, me detuve y busqué con la mirada. Se trataba de un hombre de edad, pero firme aún como un roble. Me hizo recordar por un instante a mi abuelo Carlos, como la última vez que lo vi, alto, firme y hablando de su guerra, mientras fumaba. Le pedí encendedor con un gesto que hice con la mano y el viejo, gentil y con la sonrisa que sólo poseen los ancianos poco fastidiados de la vida, me prendió el cigarro. Le sonreí y con un “gracias” me alejé.

Entonces, así fue cuando me encontró, la delgada Zoila, con aquella su baja, pero precisa estatura. Yo me veía fumando a toda prisa, con el ritmo que llevaban mis pisadas y sin poderlo evitar me vi hipnotizado por su extraña atracción. Volví la cabeza mientras avanzaba y la delgada dama, intentaba ordenar sus cabellos, con la mano, y moviendo la cabeza como tratando de encontrar los hermosos recuerdos que escondían esas, que ahora son sólo calles sucias y mal cuidadas.

Todos conocían a la delgada Zoila Vigil, pero estoy más que seguro que si alguien la veía en la calle, al pasar, admitiría no conocerla. La volví a ver una semana después, con sus pequeños zapatitos rojos, tan brillantes como sus ojos. Podía verme perfectamente reflejado en sus zapatos, y parecía que siempre estaba apunto de llorar y con un par de lágrimas bien cobijadas entre sus pestañas y su pupila café.

“La pobre Zoila” le decían las señoras, cuando volvían del mercado y se cruzaban con ella. Una tercera vez, al verla, noté que tenía una delgada falda, casi transparente, pero era medio azul, y una chompa del mismo color, pero con otra tonalidad. Con el pasar de los años de seguro había olvidado lo que era combinar los colores, y con la deliciosa brisa que Miraflores despide, se le fueron yendo los amigos. Nunca supe en que casa vivía, siempre la vi a media calle, a medio irse, a medio caminar, siempre buscando algo y arreglándose los claros cabellos, por si él volvía.

Los de la zona, decían que estaba loca, será que no creo en los locos y por eso un día casi le dirijo la palabra, desgraciadamente, me encontraba fuera de hora y tenía que llegar de prisa a mis clases.

La cuarta vez que la vi, intenté sonreírle un poco, pero su rostro aquel día, me pareció, era totalmente triste, y me dio la impresión que mientras más le sonreía, ella más triste se ponía. Volví al suelo y seguí caminando, su semblante me quebraba el alma y no quería verla así.

La última vez que la vi, era parte de una imagen realmente conmovedora y triste, con su delgada y débil mano le daba de comer a un pequeño can que deambulaba al igual que ella. Se agachaba cuanto podía para darle comida al perro, dejando ver las almohadas que bajo su chompa y falda se ponía para fingir estar embarazada.

No sé su historia, pero es de uno imaginarla, cargada de tristeza y soledad, caminando por las calles con sus setenta y algo de años encima, fingiendo y creyendo ella misma, estar embarazada, porque siempre deseó tener una hija, a quien peinar junto a la ventana, a quien cantarle mientras la abraza y la dejaba dormir. Y seguramente caminaba por las calles, para mostrarle a la gente que era feliz y que pronto tendría a su tan soñada hija. Seguro buscaba al hombre que había huido mucho antes, de que la cabeza y la soledad al extremo le juegue aquella mala pasada.

19 enero, 2009

ERBOS L-I-R-B-A



Porque Silvio aún te espera,
y de Sabina te robaron.


Me contaste una vez, que todas las canciones en las que sonaba tu nombre habían sido arduamente buscadas y escuchadas por ti. Me contaste una vez, cuando era más barriga que niño, varios de tus problemas y me dijiste también que les di buena solución. Me contaste, y no una, sino varias veces sobre tus enamorados, y también sobre aquellos hombres con quienes te viste profundamente involucrada, por pura confusión de adolescente ilusionada supongo. Me contaste también sobre tus gatos negros, sobre los peces mágicos del Dú, y sobre los perros gigantescos que tenía tu madre en la otra casa. Me has hablado tanto de tus amigas que al igual que yo, te llevan años de diferencia. Me hablaste de Camila, hasta que una vez mencionaste se volvía naranja y gigante cual calabaza. Me has visto la cara desde que la tuve y a pesar de eso, una vez en mi cumpleaños lloré por que no quería salir sólo contigo a comer helados. Me hiciste memorizar “cherri” cuando no sabía ni ir al baño solo, por todo un año completo para luego encontrarlo convertido en restaurante. Me hiciste la tarjeta de cumpleaños más grande que haya tenido. Me acompañaste a comprar una pulsera que diga: R y P para regalársela a mi enamorada. Me propusiste hacer un libro de cuentos, y explotar en la carátula el hecho de que nuestras iniciales sean las mismas. Te olvidaste de mi cumpleaños número dieciséis. Fuiste la primera en llamarme Gabriel.

He ido sólo tres veces a tu casa, y una vez en la azotea de la mía, te conté uno de los problemas más difíciles que enfrento en mi corta vida. Has hablado de mí a la mitad de las personas que me presentaste. Escribí dos cuentos donde te incluía como protagonista.

Y ahora miro atrás un poco, como diría Nito, será que la segunda crónica tiene hasta cierto punto razón. Será que los años han venido cargados de eventos que aunque parezca imposible pueden llegar ha separar por más tiempo de lo que pueden contener en sus trecientos sesenta y cinco días. Será que de pronto me estoy poniendo naranja y gigante. Será que otro tipo de problemas te han ido aquejando y no he podido solucionar. Sea lo que sea, debe ser como todo últimamente, “cosa de la edad” sé que irá cambiando con el tiempo. Y hasta entonces éstos, los recuerdos anteriormente mencionados, serán los que conservaré.

Te esperamos…
Odla.

12 enero, 2009

Pienso mejor con un cigarro en la boca. Y viéndome gravemente enfermo de ésta gripa que por cambio climático me ha aquejado, estas dos últimas semanas, me he visto obligado a dejar de fumar por un lapso no muy largo.

Lo que mi voluntad resista. No mucho, ya deben saberlo. Si de algo han de saber de mí en éstos escritos, serán tres cosas:

Primera: Mi falta de fuerza de voluntad.
Segunda: Mi adicción absoluta al cigarro.
Tercera: Mi constante curiosidad sobre la muerte.

Como sea, ya vendrá algo mejor pensado y que se note que vino acompañado de unos cigarros.

05 enero, 2009

Réquiem.

Resolví para mí, como es que se hace para entregar una carta cuando el buzón se está más que cerrado. Cuando no hay ojos que quieran leer las letras escritas. Cuando no hay oídos que quieran escuchar mis palabras, que tambaleándose por mis ganas de llorar, luchan por ser completadas sin interrupción. Resolví para mí, los mil problemas que algún día, cada vez más lejano, nos atormentaron. De tanto pensar, encontré mil soluciones, e imaginé futuros paralelos. Futuros paralelos, de nuestras manos sin separar.
Resolví para mí, el crucigrama que dejaste la semana pasada sobre la cama. Hoy resolví para mí, el problema de la falta de azúcar y café para nuestro desayuno. Hoy resolví y sólo para mí, porque ya no me acompañas, el problema del cabello crecido y de la apariencia desgarbada. Hoy resolví el problema del cigarrillo y de la música con volumen alto. Recién hoy, resolví sólo para mí, los enigmas que escondía tu mirada, recién hoy, talvez un poco tarde, como siempre te quejaste que hacía las cosas, tarde. Hoy, más que resolver, entendí el porqué decidiste cambiar el amor por el odio, así tan de pronto, sin darme yo cuenta.
Y ahora, que te veo, y no te veo al mismo tiempo. Ahora que quiero abrazarte y besarte como nunca, pero no es posible. Ahora, que enfrenté tu mirada de desinterés, que es aún peor que la de desprecio. Ahora, y sólo una vez más, te pido que me entiendas, que seas un poco más tolerante, ahora te juro que todos los problemas acabarán, que les pondré real importancia, que seré cuidadoso con todo, cariñoso, que no fumaré más, que sacaré al perro en las noches, que no iré más a ese café al que van esos bohemios locos, que lavaré los trastes después de comer, que me quedaré contigo después del amor, que escucharemos juntos música, de la que te gusta, que te llevaré el desayuno a la cama los domingos en la mañana, que tendremos hijos, veinte si quieres, ahora te juro esto y muchas cosas más, las que quieras, ahora te las puedo jurar una por una, mientras echados en la cama, sólo nos abrazamos y conversamos.
Te ruego que luches un poco más por mantener esto, que hasta hace poco nos unía. Ahora mismo, si así lo quieres te prometeré hacer por ti lo que quieras, sólo si te quedas una vez más, sólo si me das otra oportunidad, aunque sea de discutirlo, de hablar sin gritos, de poder encontrarte en la mirada, de verte igual a como te conocí. Por favor.
– Dije ya casi sin aire, y con los ojos húmedos, pero al parecer, te has perdido camino a casa, pues no ha venido más que tu sombra, no ha venido más que una mujer extraña con rostro conocido.