Comenzó y sabía que estaba en un problema. Rubio, alto, de terno o ropa oscura por lo general. Luce siempre elegante, con gabanes y sombreros. Suele recorrer el submundo, asiste a las obras de la alta cultura, y a los más ruines antros, en papel de testigo. Lleva el nombre de Gabriel, pero dudo que alguien lo llame con ese nombre o con cualquier otro. Le gusta conocer gente de todo tipo de lugares, pero nunca se da él a conocer. Viaja muy seguido. Como todo prófugo en una huída eterna. Londres, en la mañana, Nueva York, por la tarde, Nueva Delhi, cayendo la noche, Canberra, en la madrugada y Buenos aires en la mañana siguiente. Conoce todo el mundo y vive de recorrerlo por completo. A menudo se ve envuelto de tormentas, lo cubren vientos grises, como humo, y una fuerza extraña lo eleva hacía el cielo, obligado despliega sus alas y salta por los aires hacia otro lugar, pero sin cambiar su único destino. Esconderse. Anhela a menudo ser uno más, un hombre solamente, dejar el inmortal sufrimiento y ser por una vez una persona, que ama, que siente. El único encuentro que pudo tener, tuvo por fruto un hibrido, que vivió treinta y tres años predicando y hablando de lo que la vida le parecía, hasta que su perseguidor lo asesinó, de la forma más sangrienta y humillante. Él, que se aleja de su único final, no se puede ver con ese mismo destino. Hacía siglos que la luz lo había abandonado, desde el mismo siglo en que se refugió en éste, el laberinto de los hombres, y la más grande creación de su creador, de su perseguidor. Sus alas ya tomaron todas las tonalidades de grises existentes, y por existir, su rango de arcángel cayó por los suelos y el más grande de grandes lo busca para matarlo.
Sobre este blog.
Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.
31 mayo, 2009
30 mayo, 2009
Chiste digresionario.
Ayer me contaron un chiste, era un poco largo, y creo que por eso no recuerdo bien como empezó. Era un globo rojo, que estaba volando, uno de esos que tienen helio, el gas ese que te cambia la voz, ¿Si sabes cual es no? Osea, no es que sepa de gases nobles, pero más o menos conozco ese, siempre fui un verdadero idiota para la química, felizmente en mi examen de admisión en la Toulous no entran esos cursos de números, prefiero las letras, y no es por presumir ni nada por el estilo, pero creo que escribo bien, o bueno, de repente, no ¿ok? Pero me gusta hacerlo, por eso me hice este blog, se los linkeo porsiacaso. http://www.septimocigarro.blogspot.com/ para que lo visiten, tengo varios escritos y lo tengo hace unos tres años, lo hice desde que vi el blog de un amigo que se llama Fernando, bueno, amigo, amigo, nunca fue. Es una de esas personas con las que uno le gustaría pasar más tiempo, pero la amistad espontanea nunca se dio, entonces nunca pudimos cruzar más de tres palabras. ¡jajajaja! Hablando de cruzar palabras, recordé que ayer un amigo, me contó un chiste, de un globito rojo, ¿Lo has escuchado? Él me lo contó pero no sabía cómo hacerlo, de repente se puso nervioso o no recordaba bien, y me dio gracia, porque escucharlo hablar fue como escuchar a un niño que sólo parecía hacer una apología a las digresiones, sin llegar al punto, "irse por la tangente" como decía mi profesora de literatura... mi profe de cole, hace tiempo que no sé de mi colegio, siempre lo odie, exactamente desde que entré, que casualidad, cuando entré creo que fue cuando tenía unos diez años, por esa época mis primos, con los que estuve toda mi niñez, se fueron a Estados Unidos y no los volví a ver, eran mis únicos amigos por buen tiempo, y vaya que me afectó su ausencia, tardé mucho tiempo en volverme, lo que se diría "sociable" y bueno, "sociable, sociable" no soy, pero hago el intento. ¡Estoy intentando! Gritó cuando le dije que otra vez estaba hablando estupideces en vez de contar el vendito chiste, del que había presumido tanto, que fea costumbre esa de levantarse los humos o estar constantemente marqueteándose con comentarios, y hablar siempre de uno mismo, eso siempre odie, cuando le conté eso a la psicóloga me dijo que era un renegón, ¡jaja! La psicóloga es lo máximo, en buena hora comencé a ir demonios, ya me comenzaba a estresar por cualquier cosa, cualquier problema y mi cabeza hacía un ¡BOOOM! Como el globo del chiste… ¡jajaja! Ese chiste es muy bueno… ¡Maldita sea!... Bueno… bueno así terminaba el chiste.
26 mayo, 2009
Con la servilleta extendida.

Me había aventurado a salir solo del hotel, me hospedé en la calle Perú, lo recuerdo con gracia, no conocía Buenos aires y tenía cierto miedo a perderme. Me dirigí a la plaza más cercana a tomar un café expreso americano.
La plaza Borrego, con sus pajaritos verdes, amarillos, rojos, grises y si mal no recuerdo, me pareció ver uno, entre el ajetreo del vuelo, medio azul. Caía una suave llovizna, y una niebla no muy espesa. Los taxis no llegaban a malograr la vista. Se veía el verde del parque y aún no llegaba la multitud de personas que generalmente paseaban por la tan nostálgica placita. No recuerdo la fecha con exactitud, pero si recuerdo, perfectamente estar sentado, con una servilleta extendida, por si me daban esas ganas de escribir. No hay mejor recuerdo de un lugar, que lo que ahí se escribió. Y con ese pensamiento, mientras prendía un cigarro y bebía mi café caliente esperé poder escribir algo.
Huí de mi Miraflores, de mi Lima, de mi Perú. En ese tiempo, y es lo que recuerdo, Gabriel enfrentaba lo duro que es aceptar una relación abierta, y lo que esto implica, como no sentir celos, ni amor, no confundir sentimientos, entender todo el tiempo que se trataba de una amiga, no confundir caricias, no oler mucho su perfume, no enredarse en su cabello. Besarla y no acostumbrarse. ¡Maldita sensación! Lo creí sensato, terminaba una relación relativamente larga, y no me pareció adecuado seguir en lo mismo. Nunca fui sensato, nunca tomé decisiones bien pensadas. Acepto y luego me enfrento a las consecuencias. ¡Maldita ansiedad! Estaba demasiado destruido como para escribir supongo, pero viéndome ahí, sentado en el café con la servilleta extendida, dejando en parte las penas en el norte, me sentí un poco bien, un poco independiente, un poco yo, un poco solo y no una soledad triste, vacía, era una soledad cargada de mí y me agradaba. Me vinieron por un par de semanas esos buenos aires de autosuficiencia. Y tuve que enfrentar un rompimiento más, sin haber empezado algo realmente, algo seriamente.
Me dijiste que tenías ese miedo, ese miedo de empezar algo con inseguridad, y yo te dije que era un poco un valiente, ¿Lo recuerdas? ¡Ja, vaya valentía la mía, maldición!
No escribí nada, me sentí muy bien, ahí solo y tomando café en tierras ajenas, como para recordar lo duro que había sido largarme por un tiempo, y dejarte ahí, sola y esperando algo de mí. Algo de seguridad de repente.
La plaza Borrego, con sus pajaritos verdes, amarillos, rojos, grises y si mal no recuerdo, me pareció ver uno, entre el ajetreo del vuelo, medio azul. Caía una suave llovizna, y una niebla no muy espesa. Los taxis no llegaban a malograr la vista. Se veía el verde del parque y aún no llegaba la multitud de personas que generalmente paseaban por la tan nostálgica placita. No recuerdo la fecha con exactitud, pero si recuerdo, perfectamente estar sentado, con una servilleta extendida, por si me daban esas ganas de escribir. No hay mejor recuerdo de un lugar, que lo que ahí se escribió. Y con ese pensamiento, mientras prendía un cigarro y bebía mi café caliente esperé poder escribir algo.
Huí de mi Miraflores, de mi Lima, de mi Perú. En ese tiempo, y es lo que recuerdo, Gabriel enfrentaba lo duro que es aceptar una relación abierta, y lo que esto implica, como no sentir celos, ni amor, no confundir sentimientos, entender todo el tiempo que se trataba de una amiga, no confundir caricias, no oler mucho su perfume, no enredarse en su cabello. Besarla y no acostumbrarse. ¡Maldita sensación! Lo creí sensato, terminaba una relación relativamente larga, y no me pareció adecuado seguir en lo mismo. Nunca fui sensato, nunca tomé decisiones bien pensadas. Acepto y luego me enfrento a las consecuencias. ¡Maldita ansiedad! Estaba demasiado destruido como para escribir supongo, pero viéndome ahí, sentado en el café con la servilleta extendida, dejando en parte las penas en el norte, me sentí un poco bien, un poco independiente, un poco yo, un poco solo y no una soledad triste, vacía, era una soledad cargada de mí y me agradaba. Me vinieron por un par de semanas esos buenos aires de autosuficiencia. Y tuve que enfrentar un rompimiento más, sin haber empezado algo realmente, algo seriamente.
Me dijiste que tenías ese miedo, ese miedo de empezar algo con inseguridad, y yo te dije que era un poco un valiente, ¿Lo recuerdas? ¡Ja, vaya valentía la mía, maldición!
No escribí nada, me sentí muy bien, ahí solo y tomando café en tierras ajenas, como para recordar lo duro que había sido largarme por un tiempo, y dejarte ahí, sola y esperando algo de mí. Algo de seguridad de repente.
24 mayo, 2009
Retrato narrativo.
Empecé a sentir curiosidad por aquel chico. Me encaramé a la tapia para espiarlo. Era uno como todos, pequeñísimo, de rostro arrugado, grandes píes y de barba larga, como la de un anciano. Llevaba una camisa roja, y unos pantalones cortos. Venía dos minutos ya, mirando al suelo, como si buscara algo, con semblante poco afable, como si se tratase de algo muy importante. Llevaba un sombrerito curioso, que no llevaba el resto, se agarraba la barriga, de seguro acababa de comer. Pateó una vez más el suelo, con sus botitas rojas y frunció el seño, como un niño haciendo rabieta. No ha de ser un gnomo muy educado, deduje, parecía más bien del tipo engreído y caprichoso. Después de un rato, se sentó en una piedra, la que se cayó por el peso, y el pequeño se topó con lo que tanto había estado buscando. Su pipa para fumar.
23 mayo, 2009
Etopeya narrativa.
Empecé a sentir curiosidad por aquel chico. Me encaramé a la tapia para espiarlo. Joven, de jeans y de ese tipo de camisas de franela a cuadros que tanto me agradan, iba fumando un último cigarro y dejaba que se pierdan entre las sombras, las que parecían, las más amargas bocanadas de humo. En su mirada había la suerte perdida, de un alma que deambulaba sin detenerse. Con una moneda entre dedos, que hacía saltar de rato en rato, intentaba decidir su siguiente paso. Indeciso, impreciso como lo es la suerte, se deslizaba entre el delirio y lo poco que la vida llega a obsequiar. Con el cabello raramente alborotado, se quedó sentado, en su banca de parque, viendo el suelo y levantando la mirada cada vez que la moneda se atrevía a darle la cara.
Prosopografía narrativa.
Empecé a sentir curiosidad por aquel chico. Me encaramé a la tapia para espiarlo, estaba en algo grande, lo noté al verlo, no era uno de esos hombres que pasan desapercibido. Caminaba a toda prisa, las hojas secas a sus píes crujían, hombre de botas negras y gabán de detective, no tuve la habilidad suficiente para verle los ojos, su pálido rostro y pómulos salientes, daban una sombra indirecta, sumada a las ojeras, me era imposible saber si en algún instante cruzamos miradas. Llevaba una boina sobre el cabello negro y una pala que cargaba al hombro, volvía a todos lados, por si alguien lo vigilaba. Con la otra mano sujetaba un habano, que desplazaba a su boca muy seguido. Las bocanadas de humo se perdían entre el gris del cielo, y la sombra de los sauces.
Topografía narrativa.
En el tenebroso recinto apenas entraba un rayo de luz. Una repentina ráfaga de viento trajo un desagradable olor a ungüentos y medicinas. A penas y por instantes podía notar la profundidad de la habitación. Las paredes, o al menos una, la única que podía divisar con claridad, estaba cubierta de losetas, medio blancas, medio amarillentas, losetas al fin y al cabo. En la parte inferior, y casi finalizando la pared, una camilla, una de esas inestables que parecieran elevarse con la brisa. Una sábana abultada sobre la camilla, y el olor a medicinas se volvía más angustiante, caminé rozando con la mano, la pared de la izquierda, fría y melosa, un paso más y comencé a romper los trozos de vidrio que desperdigados estaban por todo el cuarto, el ruido pareció mover algo en la sábana, volví la mirada, y la ventana, la única fuente de luz, se cerró repentinamente.
16 mayo, 2009
Confesiones de diván.
diván... diván... sería todo diferente en un diván. Desde siempre me pareció atractiva la palabra, incluso antes de saber qué rayos era uno, el atractivo dio un vuelco hacia arriba cuando descubrí que se trataba de aquel mueblecillo confesionario, que aunque parezca similar, creo yo, posee muchísimo más valor que una tonta capilla.
diván... diván... pareciera que baila con el viento, la palabrita. Hubiera sido todo diferente en un diván, envés de la silla metálica, en la que ofrecieron sentarme. Hubiera sido mejor también quedarme una hora, no sólo media y llena de necesitamos que hagas estas listas, que me dibujes aquí a una persona en cuerpo completo, y que tomes las pastillas que te recomendó el psiquiatra. Listo todo, sólo no te excedas de la dosis, no te olvides que no puedes ingerir ningún tipo de bebida alcohólica, no sigas fumando, de preferencia ya déjalo. Otra cosa, pregúntale al Dr. Manrique, como cosa tuya, claro, si es que no sería recomendable que te hagas un examen tiroideo, no lo sé, como recomendación solamente, y en forma de ir descartando. La semana próxima nos vemos, de seguro el lunes, comenzará con las vitaminas y la dosis de pastillas reducirá, así que no estés intranquilo con lo que me decías.
Y con esos consejos y comentarios fue empezando la terapia, de la que espero una solución, porque eso es precisamente lo que necesito, soluciones. Un plano para entender mi cabeza, un mapa para no perderme entre la autoestima, la presión, ansiedad, inseguridad, estrés, depresión, y todas esas abstractas formas de complicarlo todo.
diván... diván... pareciera que baila con el viento, la palabrita. Hubiera sido todo diferente en un diván, envés de la silla metálica, en la que ofrecieron sentarme. Hubiera sido mejor también quedarme una hora, no sólo media y llena de necesitamos que hagas estas listas, que me dibujes aquí a una persona en cuerpo completo, y que tomes las pastillas que te recomendó el psiquiatra. Listo todo, sólo no te excedas de la dosis, no te olvides que no puedes ingerir ningún tipo de bebida alcohólica, no sigas fumando, de preferencia ya déjalo. Otra cosa, pregúntale al Dr. Manrique, como cosa tuya, claro, si es que no sería recomendable que te hagas un examen tiroideo, no lo sé, como recomendación solamente, y en forma de ir descartando. La semana próxima nos vemos, de seguro el lunes, comenzará con las vitaminas y la dosis de pastillas reducirá, así que no estés intranquilo con lo que me decías.
Y con esos consejos y comentarios fue empezando la terapia, de la que espero una solución, porque eso es precisamente lo que necesito, soluciones. Un plano para entender mi cabeza, un mapa para no perderme entre la autoestima, la presión, ansiedad, inseguridad, estrés, depresión, y todas esas abstractas formas de complicarlo todo.
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