Sobre este blog.

Cuatro años después del Septimo Cigarro, siendo un ex-fumador de tabaco y habiendo dejado de lado muchas de mis depresiones adolescentes, me vi aquí nuevamente tratando de robarle palabras al viento, para inmortalizar y/o dejar ir experiencias. Entre ensayos y esbozos intento recobrar esa antigua parte de mi, que creía había muerto.

19 marzo, 2009

El café burgués III




- Dos prensados, americanos, sin azúcar.
- Perfecto. ¿Algo más?
- Si, por favor, una cajetilla grande roja.
- ¿Lucky Strike? ¿Marlboro? ¿Pall Mall?
- Lucky Strike. Gracias.

El hombre se fue, sin decir más y en el camino a la barra recogió un par de tazas de la mesa cinco. ¿Cuál había sido la mesa que escogió nuestro hombre? La siete, por supuesto, ni pensar en otra. La que estaba junto a la pared, y con una ventana elevada, como para ventilar adecuadamente la conversación.

¿Acompañado? Si, de un hombre más, de uno de esos que caminan con maletín, con camisa a rayas y con una corbata negra así el verano se encuentre en su máximo esplendor. No se miraron siquiera, hasta que el hombre, anteriormente mencionado, retornó a la mesa siete con el pedido.

Tomaron el café, uno de los dos comenzó a fumar, mientras el otro comentó sobre el buen sabor de aquel café Verona. ¿Siempre hablan sobre ese tipo de cosas, antes de llegar al punto? Si, casi siempre. La verdad pocas veces hablan, uno de ellos opta a menudo por callar y nunca llegar al punto. Pero no por propio gusto, al parecer sufre aquel mismo estado crítico de Haller, y lucha contra sigo mismo en cada una de sus decisiones.

Casi siempre lo veo, luego de haber estado acompañado, luego de tomar su patético y romántico Verona prensado, luego de hacer aquel gesto con la mano, acompañado de un “No, no gracias. No fumo” Si, luego de toda aquella posición mal adaptada, lo veo en el café, en su mesa siete, con un café Express Irlandés, uno especialmente caliente, y con uno de sus cigarrillos baratos, uno de esos que raspan la garganta.

Su café prensado burgués siguió por una media hora, sin comentario de mayor importancia que “éste café es bueno, siempre vengo aquí” o “hacía días que no tomaba un café tan rico como éste” o “nunca me gustó fumar” o “hoy el trabajo me tuvo más que estresado”. La conversación se hizo pasado un rato un poco espontánea, el hombre fumador y el que se había visto obligado a dejar su sombrero de copa en casa, le dijo a nuestro hombre que había despedido a su secretaria, que de un día al otro no la pudo ver más, que no la aguantaba y que no quería que ésta se le acercase. Hubo un silencio seguido de su comentario, seguramente le chocó la firmeza de su decisión, no había pasado una semana desde que ambos se saludaban con un beso al encontrarse en la oficina o en el café.

Era entonces, cuando sentía los golpes de su posición fingida, de hombre ocupado y de empresario exitoso, y es que realmente lo era, era un hombre ocupado y un exitoso empresario, pero no solamente eso, y lo notaba cuando no se veía satisfecho con lo que ésta visión le traía, cuando estos, los comentarios tan inhumanos destrozaban su aparentemente firme corteza de hombre serio e igualmente de poco impresionar, hombre ambicioso que no le importaba el resto, hombre sin amigos, ermitaño adinerado, un anacoreta que vivía de lo único importante para él.

¿Importante para él, qué era eso? Para él, lo único importante era el trabajo, el dinero y este tipo de cosas que sólo te puede regalar la vida cuando con desdén la miras y con desconfianza absoluta buscas sobrevivir en vez de vivir.